SERIE

PENSAR ESPAÑA

Propongo una reflexión sobre los tres conceptos que forman el ser de España: Patria, Nación e Identidad Nacional


Último artículo de la serie publicado


Pensar España (14): gigante con pies de barro

Manuel Castro Zotano

General retirado

España entró en el siglo XVI como una gran potencia con mayor influencia sobre los sucesos políticos y religiosos que se desarrollaban en Europa que otras emergentes como Francia o Inglaterra. Su poder era consecuencia de la diversidad y riqueza de territorios sobre los que ejercía la soberanía (la Península y América, Rosellón, Cerdaña, el Franco Condado, Cerdeña, Nápoles ,Sicilia, el ducado de Milán, Flandes y el Sacro Imperio Romano Germánico) y de su poderío militar con unas capacidades operativas y logísticas inigualables y unos hombres especialmente dotados para la guerra.

La política exterior y de seguridad de los Austrias, iniciada por Carlos I, se desarrollaba en tres ejes: lograr la hegemonía en Europa, frenar la expansión otomana y detener el avance del protestantismo. Esto llevó a mantener numerosas y costosas guerras: con Francia por el Milanesado (victoria de Pavía en 1525), contra los turcos cuyo desenlace mas glorioso fue la batalla de Lepanto (1571), en los Países Bajos (1568-1648) para evitar infructuosamente su independencia (de las Provincias Unidas, porque Bélgica se perdió en 1830), Guerra de los Treinta Años (1618-1648) apoyando la facción católica contra los protestantes y numerosas guerras más. Estos conflictos tuvieron un impacto significativo en la Monarquía Hispánica, contribuyendo a su declive político, económico, militar, demográfico y social en el siglo XVII. 

Políticamente, con los Austrias menores, se perdió la hegemonía europea que habíamos mantenido durante los siglos XVI y principios del XVII (en 1625 todavía se produjeron victorias como la rendición de Breda inmortalizada por Velázquez o años mas tarde en 1656 la obtenida sobre los franceses en Valenciennes). A partir de esas fecha comenzaron a predminar las derrotas frete a Francia por la que acabaron perdiéndose territorios importantes (El Rosellón y parte de Cerdaña en 1659, las Provincias Unidas de Flandes en 1668, Portugal 1668, el Franco-Condado en 1678)

La economía dependía en gran medida de la entradas de metales nobles procedentes de América, cuando estas variaban a la baja, se producían frecuentes quiebras de las arcas públicas (1557, 1575, 1597, 1607, 1647, 1652 y 1662) debido a los grandes gastos de guerra, la dependencia de préstamos y la dificultad para recaudar impuestos (aquí, solo pagaba religiosamente Castilla cuyo pueblo quedó en la máxima indigencia).

A estas crisis se unía la demográfica consecuencia de el alistamiento de españoles en las numerosas guerras europeas y en la conquista y españolización de América, también, por la expulsión de los moriscos (especialmente grave en tierras valencianas) y por las continuas crisis epidémicas que también afectaron al resto de Europa, en especial la peste bubónica. Socialmente, no consiguió abrirse camino la burguesía, base de la riqueza de un país, se consolidó la nobleza con sus privilegios, mientras las clases populares se hundían en la miseria.

En cuanto a la política interior ya desde el advenimiento de Carlos I comenzaron las revueltas. La primera de ellas, la de los Comuneros de Castilla, se llevó a cabo entre 1520 y 1522 contra la política antiespañola del nuevo Rey educado en Flandes y cuyo preceptor el cardenal Adriano de Utrech vio en Castilla una mina para sus pretensiones europeístas. Simultáneamente, sucedió la revuelta de las Germanías (1519-1524) en el Reino de Aragón, focalizadas en Valencia y Mallorca por el el control de la ciudad entre nobles y plebeyos. A las dos citadas se sucedieron otrass por distintas motivaciones a lo largo del mandato de los Austrias mayores entre las que destaca la Rebelión de las Alpujarras por los moriscos entre 1568 y 1571 por motivos de integridad religiosa y cooperación con los piratas berberiscos que, a su conclusión, terminó con la dispersión de los mismos por las tierras de Castilla. El problema continuó y cuarenta años más tarde se ordenó su expulsión de España.

Pero las revueltas que causaron un daño especial se produjeron durante el reinado de Felipe IV, cuyo valido el Conde-Duque de Olivares (1621- 1643) trató por todos los medios de unificar la monarquía para devolverle su grandeza. Lo intentó cambiando el régimen fiscal para que todos los reinos cotizaran en función de sus recursos demográficos y económicos. El instrumento jurídico fue el denominado “Unión de Armas” (1625) por el que se organizaba un ejército de 140.000 hombres que sostendrían los distintos reinos proporcionalmente y tuvo la infeliz ocurrencia de llevar la guerra con Francia a Cataluña para tratar de involucrar a los catalanes en la misma. No solo no consiguió esto sino que se produjo una rebelión (el Corpus de Sangre de 1640) que separó Cataluña de España durante una decena de años. Se pusieron bajo la soberanía de Francia, pero fue tal el despotismo de esta potencia para con ellos que se apresuraron a volver con España (que les lavó la cara con una inocente guerra para recuperar el territorio catalán. En 1652 entraron las tropas reales en Barcelona sin pegar un tiro). El Rey Felipe IV, que ya había destituido a Olivares (1643), prometió seguir manteniendo la autonomía catalana.

Todavía resuenan en la actualidad los ecos de lo dicho por Olivares en 1640:

Cataluña es una provincia que no hay rey en el mundo que tenga otra igual a ella...Si la acometen los enemigos, la ha de defender su rey sin obrar ellos de su parte lo que deben ni exponer su gente a los peligros. Ha de traer ejército de fuera, le ha de sustentar, ha de cobrar las plazas que se perdieren, y este ejército, ni echado el enemigo ni antes de echarle el tiempo que no se pueda campear, no le ha de alojar la provincia...Que se ha de mirar si la constitución dijo esto o aquello, y el usaje, cuando se trate de la suprema ley, que es la propia conservación de la provincia”.

Otra revolución más lesiva para España fue la de Portugal, que por motivos similares a los catalanes se rebelaron en diciembre de 1640 proclamando rey al duque de Braganza con el nombre de Juan IV. El levantamiento contó con el apoyo de Francia, Holanda e Inglaterra. España reconoció la independencia de Portugal en 1668 por el tratado de Lisboa, ya bajo el reinado de Carlos II.

Por el mismo tiempo en torno a 1640, estallaron otras sublevaciones en Andalucía, Aragón y Sicilia. Todas fueron relativamente más fáciles de dominar por parte de las tropas reales.

Curiosamente, ese siglo de desgracias y debilitamiento de la Monarquía Hispana coincidió con el siglo de Oro de las artes y las letras. Muchos de sus protagonistas (Garcilaso, Hurtado de Mendoza, Francisco Aldana, Lope de Vega, Calderón, Quevedo, etc.) prestaron servicio como soldados, generalmente en los invencibles Tercios, durante las muchas batallas de la época de los Austrias y, a través de sus escritos, podemos comprobar que, pese a las desventuras sufridas por España en esa época, aumentó de forma considerable el sentimiento de identidad nacional de la inmensa mayoría de los españoles.

08/05/2025


Penúltimo artículo publicado


Pensar España (13): el mundo es nuestro

Manuel Castro Zotano

General retirado

En 1469 los primos segundos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, con su matrimonio, unieron los dos grandes reinos de la Península iniciándose lo que se denominaría la Monarquía Hispánica (fuera sería conocida por Reino de España). Veintitrés años después culminan la Reconquista con la toma de Granada, último reducto musulmán en España, se descubre América y se inicia la conquista y su españolización. Sólo quedan el pequeño reino de Navarra y el de Portugal para cerrar el proceso de “recuperar la Patria perdida”. Se genera una explosión vital de tal magnitud que en pocos años (1512) se incorpora el reino de Navarra, el de Portugal (1581) y la monarquía hispana se expande por el norte de África y Canarias, por el Este del Mediterráneo, por el continente americano, por Asia e, incluso, por Europa.

Los Reyes Católicos unen dos reinos muy distintos en organización política y territorial. El reino de Castilla, que incorporó el Reino de León definitivamente en 1230 por herencia, se gobernaba de manera mas centralizada apoyada por instituciones como el Consejo Real y las Audiencias pero con la participación cada vez menor de las Cortes. En cambio el Reino de Aragón se dirigía como una monarquía descentralizada y pactista en la que los territorios compartían un monarca pero tenían sus propias leyes e instituciones. Con la unión dinástica ambos monarcas gobiernan conjuntamente en un régimen polisinodal aunque cada uno ejerce la soberanía sobre su propio reino. El problema se suscita cuando muere Isabel la Católica(1504) y por testamento nombra como sucesora a su hija Juana incapacitada para gobernar Castilla por su grado de demencia. Su padre Fernando el Católico (“el viejo catalán” como le denominaban en Castilla), renuncia al titulo de rey de Castilla y se convierte en regente de dicho reino. Tras un conflicto con su yerno Felipe el Hermoso que muere en 1506, vuelve a retomar la Regencia de Castilla hasta su muerte en 1516. La unificación formal de los dos reinos se produce en la persona del hijo de Juana la Loca, Carlos, que inicia el gobierno de la Monarquía Hispana por la dinastía de Habsburgo (los Austrias).

En ese momento, puede decirse que se consolida la nación española con los tres pilares necesarios: primero, un territorio en expansión exterior (fundamentalmente atlántica) cuyo corazón es el solar peninsular; segundo, un pueblo dividido en reinos: sobre un 75% es castellano (incluyendo vascos, cántabros, asturianos, gallegos, riojanos, extremeños, andaluces, murcianos y castellanos) que se sienten unidos jurídica, histórica y sentimentalmente con España a través de la Monarquía, especialmente, cuando Castilla protagoniza la conquista y españolización de América y aporta, también, la inmensa mayoría de los recursos humanos y materiales en la campañas europeas). El 9% del pueblo español pertenece al Reino de Aragón, sus reinos y condados saben perfectamente que España es un territorio donde habitan con el resto de los reinos peninsulares a los que les unen múltiples lazos: geográficos, históricos, culturales, religiosos, genéticos, en algunos casos hasta idiomáticos y familiares. Los lazos jurídicos y afectivos de los pueblos de la Corona de Aragón son mas fuertes con sus propios reinos y condados. Su participación en la aventura americana y europea no es desdeñable, aunque muy inferior a la castellana. Lo hace aportando soldados, religiosos y comerciantes (el comercio con las Indias no se autorizó para todos los españoles hasta 1778, con el Reglamento de Libre Comercio, aunque en algunos casos concretos se permitió para algunos comerciantes catalanes y aragoneses). El tercer pilar de la nación, la soberanía, la ejerce el Rey de forma disimétrica, centralizada para Castilla y descentralizada para el Reino de Aragón. También hay Patria porque comienzan a existir los vínculos de la gran mayoría de habitantes de la Península con España en los aspectos jurídicos, histórico y afectivo, como hemos dicho. En estos momentos, la identidad nacional se fundamenta en la religión católica (reforzada tras la expulsión de musulmanes y judíos), la monarquía, la lengua española que empieza a ser un idioma común, la empresa universal y, especialmente, el contexto vital de un pueblo con capacidad de llevar a cabo las mas extraordinarias hazañas.

En esa época se consolida el “ser” de España: Patria, Nación e Identidad Nacional. Pero ninguno de los tres conceptos es inmutable. La historia no descansa de moldearlos como veremos...

3/05/2005


13 Artículos de la serie publicados ordenados de forma ascendente


Pensar España: (1.a) Patria, entre el sueño y la realidad.

 

Manuel Castro Zotano

General retirado

Voy a abrir una nueva serie de artículos que denominaré, genéricamente, “pensar España” apropiándome de la frase afortunada de uno de los más insignes pensadores españoles, Julián Marías, que dedicó una gran parte de su obra al tema de nuestra Patria, en especial, con su libro “España inteligible”, que debería leer y meditar todo español que se precie. Lo hago en un momento como el actual en que los grandes pilares en los que se sustenta el individuo y se realiza como persona -Patria, familia, religión, ética, etc- están sometidos a los más devastadores ataques de grupos de presión (económicos, políticos, sociales, mediáticos…) para implantar un nuevo esoterismo de valores líquidos que conviertan a la persona en un pelele fácilmente manipulable. Se han sustituido los valores que hicieron grande a la civilización occidental por un relato único, adanista, acientifico, antinatural e ilógico que tiene que aceptar el individuo para obtener el carnet de progresista. Cualquier otro relato, por muy riguroso que sea, tiene todas las de perder y al que lo sustenta se le convierte en un odioso peligro público eliminable de la vida social. ¿Quién se atreverá a disentir?, pocos, la mayor parte de la sociedad y muchos de sus plumíferos ha hecho suyo el mensaje acríticamente. Dicho lo dicho, voy a empezar con el asunto de España, nuestra Patria, que es la gran desconocida de un buen número de españoles que, o no les interesa el tema o si les interesa, es para utilizarla como arma arrojadiza entre conciudadanos.

El tema de España es de una importancia vital en el que se han interesado muchos de nuestros grandes pensadores y algún hispanista extranjero de renombre. Son innumerables los trabajos al respecto desde la existencia del estado nacional, propiamente dicho (siglo XVIII). Se tienen localizados unos trescientos libros sobre el asunto, de los cuales más de la mitad se han escrito por la generación del 98 y siguientes. En los últimos tiempos – desde que terminó la Transición- ha decaído el interés porque el tema no parece interesante a los nuevos intelectuales (“España me la suda” de Savater. De todos modos, no le hagan mucho caso porque este intelectual acostumbra a utilizar un humor escatológico para divulgar el complicado lenguaje filosófico). Sin embargo, tengo que descubrirme ante un grupo de intelectuales modernos (Gustavo Bueno, Benito Ruano, J. Pablo Fusi, Santos Juliá, García Fitz, Enrique González, etc.) que han tenido el valor de meterse en este charco, aunque no sé si con mucho éxito editorial, que se los deseo. Escribir sobre la Patria suena a rancio, a bizantino; también a facha, hay que tener en cuenta el descrédito producido de todo lo que representa el término nación o nacionalismo que “se identifica con los totalitarismos o autoritarismos que se dieron en el siglo XX (Ortega)”. Lo normal, hoy en día, es hablar de los problemas de España, que tiene que ver mas con el día a día (degeneración democrática, secesionismo, islamismo, inmigración, racismo, etc.) o de los problemas que le crean a España los propios que elegimos para que los resuelvan. Tampoco es un tema fácil: para el insigne historiador Sánchez del Albornoz, España es “un enigma histórico”, mientras para el filosofo Julián Marías, España “es inteligible” y entre ambos, el gran maestro Ortega y Gasset, considera que está por terminar, “invertebrada”(carece de un “proyecto sugestivo de vida en común”). No podía faltar, para añadir a la confusión, la interpretación críptica que hace Jose Antonio de la “Patria como unidad de destino en lo universal”.

Los intelectuales del 98, desde una postura regeneracionista cargada de tristeza (Unamuno: “me duele España”) diagnosticaron que el problema era la carencia de patriotismo y la ausencia de identidad nacional. Propugnaban resolverlo por medio de la educación (¿Que pensarían si levantaran la cabeza y leyeran los libros de texto de algunas comunidades autónomas?, volverían a sus tumbas avergonzados hasta después de terminado el Juicio Final).

Que el mundo está en crisis es irrefutable. La globalización, las oleadas incontroladas de inmigrantes hacia los países del primer mundo, la pérdida parcial de la soberanía de las naciones depositada en organizaciones supranacionales -en nuestro caso, políticamente en la UE y para defensa nacional en la OTAN-, los peligros que guerras menores (híbridas, interpuestas, etc.), hasta ahora controladas, puedan generalizarse entre los grandes bloques de poder y, por poner un último hecho, la gran crisis de valores que venimos padeciendo desde la caída del muro de Berlín, están poniendo en entredicho conceptos importantes de la vida jurídico-política como Patria, Nación, Estado, etc. En mi opinión, es preciso volver a reflexionar sobre ellos por si fuera necesario sustituirlos, modificarlos o sostenerlos. Aquí pretendo, a un nivel practico para el ciudadano de a pie, sin grandes pretensiones intelectuales, repensar esos vocablos y provocar en el lector interés por meditar sobre el tema.

23/01/2025


Pensar España (1b): Patria, Nación, Identidad Nacional

 

Manuel Castro Zotano

General retirado

Mi punto de partida de la reflexión sobre los grandes conceptos de la ciencia política Patria, Nación, Estado, etc., será analizar las definiciones mas aceptadas, actualmente que, desde mi punto de vista, se encuentran en el DRAE:

Patria:

“Tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos”.

España:

No define este vocablo. Parto de la base que España y la Patria son el mismo concepto.

En sentido político, restrictivo, puede ser considerada como hace la Constitución: un “Estado social y democrático de Derecho”.

Nación:

“Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno”.

País:

“Nación, región, provincia o territorio”.

Estado:

Acepción 5 (extensiva): “País soberano, reconocido como tal en el orden internacional, asentado en un territorio determinado y dotado de órganos de gobierno propios”.

Acepción 7(restrictiva): “Conjunto de los órganos de gobierno de un país soberano”.

En una primera lectura podemos deducir que, salvo en la Patria/España, en todos los demás conceptos (País, Nación y Estado) se barajan elementos objetivos como territorio, población, soberanía, incidiendo, especialmente, en algunos de ellos. Es decir, que son intercambiables pudiéndose emplear cada uno de ellos en función del contexto en que se mencionen (País, enfatiza los elementos físicos: territorio, población, costumbres. Nación, enfatiza los elementos políticos: población soberana. Estado, enfatiza la organización política de la nación). En cambio en el concepto Patria/España, además de estos elementos objetivos tiene otros subjetivos como son los vínculos (jurídicos, históricos y afectivos) que ligan a los ciudadanos con España.

Con el concepto Patria pasa un poco como a San Agustín con el del tiempo: “Si nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé ”. La gente del común, sobre todo los que votan izquierda, ve con cierto recelo el concepto patria, en cambio, tiene mas claro el de país o España. Para ellos, es un lugar en que se encuentran cómodos porque físicamente lo conocen, les gusta y lo perciben como suyo, pueden comunicarse con los otros, a los que se parece en muchas cosas, en el mismo idioma y conoce su forma de ser, le gustan sus costumbres. Además de cómodos, se sienten seguros pues el país les proporciona trabajo, sustento y protección en todos los aspectos (físico, jurídico, sanitario, etc.), incluso si tiene problemas cuando está fuera de España le proporciona cobertura desde las representaciones diplomáticas españolas. Para el militar, especialmente el español y el hispano americano, tiene menos importancia el concepto que su compromiso: el de defenderla hasta la muerte. Si tenemos la paciencia de leer sus himnos, proclamas, canciones, etc. podremos observar que las palabras que más se repiten son: amor patrio, deber, honor, morir, inmortal, gloria, etc. Dato curioso: los que si dan importancia al concepto Patria/España son los que más la odian (nacionalistas, filoterroristas e izquierdas extremas o no tanto) que procuran evitar el término sustituyéndolo por el de Estado. Volviendo a lo que piensa el común de los mortales, es bueno lo que entienden por España para enarbolar una bandera cuando juega la selección y mostrar alegría cuando gana. Pero, ¿es suficiente para sacrificarse por defenderla si le fuera exigido? Podemos llevarnos un chasco. Ya he citado en algún artículo anterior encuestas, no sólo de nuestro CIS, sino de organismos internacionales en los que cuanto más se aleja uno de la frontera de Europa con Rusia va disminuyendo la disposición de los ciudadanos de defender su Patria, llegando hasta límites ridículos como nuestros paisanos que andan por el treinta por ciento los dispuestos. Personalmente, como militar, llevo muchos años leyendo, investigando y reflexionando sobre el tema tratando de conocer cómo es la verdadera Patria por la que expuse mi vida o la siguen exponiendo los que están en activo. ¿De qué se trata?, ¿de un sentimiento?, ¿de un ente con cuerpo y alma?, ¿de un invento?

Antes de nada, intentaré aclarar dos cuestiones que, a mi juicio, se confunden: el ser y la idea de España. Considero que:

- El SER DE ESPAÑA: tiene que ver con lo que es en realidad (y como ha ido evolucionando a lo largo de la historia)

- La IDEA DE ESPAÑA: es lo que queremos que sea. Existen varios enfoques que tienen que ver con la actitud intelectual o política del que la define: nacionalista, conservadora, liberal, socialdemócrata, socio-comunista, etc.

En la formación del ser de España, que es lo que por ahora nos interesa, distinguimos tres conceptos distintos pero estrechamente relacionados entre sí: la Patria, la Nación y la Identidad Nacional. Esquematizando y en lo que respecta a la Patria, se considera con un soporte objetivo que es la Nación y otro subjetivo que son los vínculos jurídicos, históricos y afectivos. ¿Qué son esos vínculos? Los jurídicos, se establecen para determinar los derechos y deberes de los individuos para con su Patria recogidos en el ordenamiento legislativo (p.e. La ciudadanía por nacimiento [ius soli o ius sanguinis] o por naturalización).  Los vínculos históricos son fundamentales para la construcción de una identidad individual y colectiva, así como para la transmisión de valores y la formación de ciudadanos comprometidos con su país.  Por último, los vínculos afectivos son los sentimientos que tiene el ser humano por su tierra natal o adoptiva y su predisposición para su protegerla y mejorarla. La Patria, es anterior a la nación e, históricamente, se percibe que existe el patriotismo mucho antes de que se constituya como estado-nación o cuando se pierde este último como consecuencia de catástrofes históricas (ocupación del país por fuerzas extranjeras que sustituyen al Estado en el ejercicio de la soberanía). En cambio, la Nación es un concepto político que se fundamenta en tres elementos objetivos: el territorio, la población y la soberanía. Por último, el tercer concepto que forma el ser de España, la identidad nacional, tiene que ver con:

El sentimiento subjetivo del individuo a pertenecer a una nación concreta, a una comunidad en la que existen diversos elementos que la cohesionan y la hacen única, como por ejemplo la lengua, la religión, la cultura, la étnia, etc.; siendo estos elementos objetivos sobre los cuales se asienta el sentimiento de pertenencia a una comunidad, una comunidad nacional. (Talavera Fernández, 1999).

Sobre esos tres conceptos que integran el ser de España voy a rastrear en nuestra Historia para determinar su origen y desarrollo hasta nuestros días. No se me escapa la complejidad del tema, tendré que auparme a los hombros de gigantes del pensamiento en ese difícil camino. Contraigo un compromiso extremo que asumo con la ingenuidad del que soslaya que ya ha cumplido los ochenta...En fin, por mi no será.

23/01/2025


Pensar España ”. (2) “desde las brumas de la historia”

 

Manuel Castro Zotano

General retirado

Hemos dicho que la distinción entre el concepto Patria y los de País, Nación y Estado residía, fundamentalmente, en los vínculos (jurídicos, históricos y afectivos) que ligan a los ciudadanos entre sí y con una comunidad nacional identificada como España. Los vínculos entre ciudadanos (identidad cultural: lenguaje, religión, creencias, organización social, etc.) y los vínculos de los ciudadanos con la tierra de los ancestros (identidad territorial). Ambas identidades condicionadas por la historia. La identidad no es una esencia sino un proceso evolutivo en permanente construcción. Eso quiere decir que hay que buscarla en cada momento histórico. En cuanto a la identidad cultural, podríamos preguntarnos: ¿Cuándo nació en la Península el sentimiento de pertenencia a un solo pueblo? No diré “español”, porque ese termino no se empleó hasta el siglo XII (cosas parecidas: españón, espaignol, etc., se dijeron siglo y medio antes). Para contestarla recurriéremos a la vasta y rica Historia de España.

Por la forma de enfocar la historia para la determinación del proceso de identidad del pueblo español y de la Patria los historiadores no se ponen de acuerdo. Hubo y hay bastante polémica. Famosa es la del insigne historiador Sánchez de Albornoz con Américo Castro. El primero se interesa por la “contextura vital” del español (“la estructura funcional y de la contextura anímica primigenia de los peninsulares”) y el segundo por lo que llama “morada vital” (“forma hispánica de vida”), que viene a ser lo mismo. En lo que discrepan, hasta el enfrentamiento personal, es en el tiempo en que esta contextura se forma (para Américo, durante el dominio musulmán y para Albornoz, que escribió un alegato sobre esto en dos extensos volúmenes, justamente, es anterior a la llegada de los musulmanes a España).

En mi estudio voy a partir del apotegma enunciado por Dietz: “la identidad de un determinado grupo sólo surge en situaciones de contacto e interacción con otros grupos, nunca como una característica propia del grupo”. Singularizado por Larochelle: “el pueblo español no podría ser lo que es hoy sin el cruce, el mestizaje, las influencias y los intercambios culturales, científicos y literarios que tuvo con los otros pueblos”. En esa dialéctica no me olvido de la guerra como forma de interacción. Por último, confrontaré, siempre que pueda, las conclusiones históricas con estudios genéticos modernos y fiables.

Desde ese punto de vista, me centraré en las invasiones o grandes migraciones que se produjeron desde los tiempos históricos hasta que se puede considerar formado el pueblo español (migraciones procedentes del Este del Mediterráneo -600/500 a.C.-, invasión Cartaginesa -236/296 a.C.-, conquista y romanización de Hispania -siglos II a.C/V d.C.-, invasión y reunificación de Hispania por los godos -siglos V/VIII d.C.-). Posteriormente, analizaré la influencia que tuvo sobre el pueblo hispano-godo, incipientemente formado, la invasión musulmana (año 711) hasta su expulsión de la Península año 1492).

Debe constatarse la dificultad de analizar periodos tan largos y convulsos de nuestra Historia para desarrollarlos en el espacio de varios artículos, aunque sea para un tema tan concreto como el de la identidad. Si dos eminentes tratadistas de la historia y, muchos otros después (especialmente los post-modernistas: materialistas, marxistas y nacionalistas...), tuvieron distintas perspectivas sobre los mismos hechos históricos yo, que soy un aficionado, puedo equivocarme, o cometer el pecado de simplificación, que espero sea venial. Pretendiendo ser lo más objetivo posible, me ceñiré a los hechos y beberé, a la hora de emitir conclusiones, de las fuentes que creo mas fiables , dando la palabra, siempre que pueda, a personajes ilustres contemporáneos de los hechos históricos que relate. Asimismo, no hablaré del concepto raza porque la antropología moderna lo ha desechado por arbitrario (“no hay razas sino gradientes geográficos”, Quintana Murci, genetistas reconocido, o dicho coloquialmente, “no hay razas todos somos mestizos”). No perderé demasiado tiempo en determinar cuál es la “contextura o morada vital” del español, que no deja de ser un relato subjetivo del historiador, me voy, en cambio, a centrar en buscar argumentos históricos para contestar a la pregunta que formulaba al principio de este artículo:¿cuándo nació en la Península el sentimiento de pertenencia a un solo pueblo?

Comencemos por la primera de las grandes migraciones a la Península en tiempo histórico: la proveniente del Este del Mediterráneo (600/500 a.C.). Esta época se caracteriza por la formación de colonias en el litoral sudatlántico y mediterráneo de griegos, fenicios y, después, cartagineses que se dedicaron al comercio con las tribus locales. Aunque parece que su huella histórica en la formación del pueblo español es insignificante los modernos estudios genéticos (publicados en la revista Nature, 2015) han demostrado que los griegos dejaron su impronta en el ADN del español actual y por tanto, en los tiempos de la formación de la identidad del pueblo.

En el momento histórico en que la Península se ha consolidado como un conjunto de sociedades heterogéneas (etnias y tribus) cuya relación con el exterior se realiza, exclusivamente, en la zona sur y levante por turdetanos e iberos con las colonias fundadas por griegos, fenicios y ,después, cartaginesas, es cuando se recibe la invasión cartaginesa (236 a.C). Entraron con un gran Ejército con la intención de utilizarla como base para su guerra contra Roma. Pusieron los ojos en los turdetanos por sus riquezas de todo tipo para sostener su enorme máquina guerrera. Los turdetanos (descendientes de los tartesios), muy civilizados, pero “pacifistas” tuvieron que levantar en poco tiempo un Ejército sobre la base de mercenarios celtíberos y lusitanos (pre-celtas), mas salvajes y acostumbrados a las razias y pillajes con sus vecinos. Fueron vencidos por los cartagineses en varias ocasiones (Hay un batalla curiosa en que los celtíberos de Orisson derrotan a los cartagineses empleando toros bravos embolados contra los elefantes). La precaria paz tras la derrota turdetana trae consigo que los mercenarios cambien de bando y se alisten al ejercito púnico y sigue la inestabilidad. Años después (221 a.C.) Aníbal vuelve a derrotarlos con una importante participación ibérica entre sus tropas. Las terribles represalias cartaginesas sobre los distintos pueblos autóctonos no impidió que muchas tribus se unieran a los agresores.

Podemos afirmar que esta experiencia no trajo ningún beneficio apreciable en el proceso de integración de las tribus de la Península, entre otras razones, porque el contacto fue breve en el tiempo y en el espacio y los cartagineses no traían una voluntad civilizadora, sino guerrera. En el estudio genético citado anteriormente, no hay ninguna constancia de que se produjera alguna aportación al ADN ibérico.

Después vinieron los romanos y eso ya es otra historia….

31/01/2025


Pensar España (3): A las legiones no les gusta la guerrilla

 

Manuel Castro Zotano

General retirado

Fue Roma la que metió a la Península Ibérica (llamada por los griegos Iberia y por ellos Hispania) de lleno en la historia con su conquista y romanización desde su inicio en el 218 a.C. hasta la invasión bárbara de 409 d.C.

El desembarco de los romanos en la Península tuvo que ver con la toma de Sagunto, ciudad aliada de Roma, por los cartagineses dando lugar al desencadenamiento de la segunda guerra púnica. Lo hicieron en Ampurias (218 a.C.) y desde ahí iniciaron su campaña hasta expulsarlos de la Península doce años después. Los romanos llegaron para quedarse, porque Hispania formaba parte de su estrategia para dominar el mediterráneo. La cuestión estriba en que necesitaron doscientos años para conquistarla (para contrastar su dificultad diremos que las Galias las conquistaron en siete años). Y, aún después de conquistada la totalidad de la Península, tuvo que enfrentar numerosas rebeliones y razias de las tribus autóctonas. Una prueba evidente de este desasosiego fue que la primitiva división territorial de Citerior y Ulterior fue reformada , tras la finalización de la conquista, en tres provincias (Tarraconense, Lusitania y Bética). Las dos primeras, por su carácter más díscolo, imperiales: el gobernador era elegido por el Emperador y la tercera, mas pacífica y civilizada, senatorial (elegido por el Senado).

¿Qué país se encontraron en Hispania los romanos a su llegada?, no tenemos más que referencias de cronistas, historiadores o geógrafos romanos o griegos romanizados. Los pobladores de la Península eran mudos para la historia porque estaban en un estadio de civilización muy primitivo (aunque en el sur los turdetanos, descendientes de los tartesios utilizaban la escritura para vida diaria y disponían de un corpus legal redactado en verso, Estrabón dixit). Hablando de la población autóctona, las fuentes escritas, sobre todas las de los periodos próximos a la guerra de conquista, coinciden en muchos aspectos (puede ser que bebieran de la misma). Voy a ceder la palabra al historiador y geógrafo galorromano Pompeyo Trogo (siglo I a.C.), que en sus Historias Filípicas habla de Hispania resaltando su unidad geográfica, gran fertilidad, bonanza climática y riqueza y con admiración de sus hombres:

“...El cuerpo de sus hombres está preparado para el hambre y la fatiga y su espíritu para la muerte. Todos son de una dura y rigurosa sobriedad. Prefieren la guerra a la inactividad y, si les falta un enemigo fuera, lo buscan en su propia tierra. A menudo mueren a causa de las torturas por su silencio sobre las confidencias a ellos hechas: hasta tal punto para ellos es más fuerte su preocupación por el secreto que por la vida. Se elogia también la firmeza de aquel esclavo que en la guerra púnica, habiendo vengado a su amo, empezó a reír en medio de las torturas y venció la crueldad de los verdugos con su serena alegría. Es un pueblo de viva agilidad y espíritu inquieto y para la mayoría son más queridos sus caballos de guerra y sus armas que su propia sangre”.

Estas generalizaciones que hicieron muchos historiadores griegos y romanos las matiza Estrabón (64 a.C./21 d.C.), geógrafo griego y ciudadano romano:

“En contraste con el sur y el Levante, las regiones del norte y del interior ofrecen un panorama completamente diferente, con una topografía áspera y difícil que incluye montañas, bosques y llanuras de suelo pobre, lo cual dificulta la práctica de la agricultura tanto como las comunicaciones, favoreciendo el aislamiento de sus habitantes, cuya pobreza los había abocado al bandidaje desde mucho tiempo atrás. Estas gentes practican unas formas de vida que parecen haber quedado detenidas en el tiempo, a diferencia de las regiones meridionales y levantinas, que evolucionaron gracias a la presencia sucesiva de pueblos como los fenicios, griegos, cartagineses y romanos.”

Basándonos en estos y otros escritos de Apiano, Pomponio Mela (hispanorromano), etc. y los descubrimientos arqueológicos mas recientes podemos resumir, en lo que a nosotros nos interesa, que su organización política era tribal, con relaciones escasas entre tribus, incluso, las de la misma etnia (las relaciones mayoritarias eran las del pillaje de las más pobres a las más ricas que estas últimas resolvían, algunas veces, contratando para su defensa a mercenarios de las tierras pobres como los celtíberos y lusitanos, feroces guerreros). La relaciones comerciales eran escasas y se producían, fundamentalmente, entre las regiones más ricas con las colonias costeras fundadas por griegos, fenicios y, posteriormente, por los cartaginenses (consideramos como ricos el sur mediterráneo con una agricultura intensiva y minas de cobre, oro y plata, así como una ruta para el estaño hasta Galicia y, después, el levante mediterráneo que producía cereal y también disponía de minas) Las ciudades fuera de estas zonas eran escasas, pequeñas y fuertemente fortificadas y los caminos entre ellas casi inexistentes. En este ambiente es difícil descubrir fuerzas que cohesionaran a las tribus para ir formando un solo pueblo y menos para concebir alguna idea sobre Patria.

Tras la derrota cartaginesa, se inicia la conquista de la Península por Roma acompañada por un proceso de aculturación conocido por romanización en el que trataron de implantar su cultura, mucho más avanzada. Asegurada la zona levantina y andaluza, los romanos procedieron a ampliarla desde Ampurias por la zona norte y este, aprovechando la rebelión de ilergetes y otras tribus ibéricas que ocupaban desde el Pirineo al valle del Ebro. En ese momento, Hispania estaba dividida en dos provincias la Citerior (con capital en Tarragona), que era la que trataban de ampliar, y la Ulterior (con capital en Córdoba). La dureza romana en la represión, los desorbitados impuestos y la codicia de algunas altas magistraturas romanas, se corrió como la pólvora entre las orgullosas tribus ibéricas y celtibéricas que se prestaron a aliarse para oponer resistencia (excepción hecha de los vascos que pactaron con los romanos a cambio de asentamientos en la vega norte del Ebro y así se mantuvieron, casi sin excepciones, durante los doscientos años que duró la conquista). La contienda se fue desarrollando en diferentes escenarios (Citerior, Lusitania, Celtiberia, y, finalmente, Asturias y Cantabria). Hay momentos estelares en que, por distintos motivos, los indígenas se hicieron un lugar en la historia. Quiero resaltar que durante las guerras lusitanas contra Roma a un jefe local, Viriato, que en 146 a.C. tomó el mando de una gran coalición entre lusitanos (pre-celtas) y otras tribus celtas, causando graves derrotas a los romanos que lo asesinaron por medio de tres traidores. Según el historiador romano Apiano (165/95 a.C.):

"Tan grande fue el recuerdo que dejó tras sí Viriato. Un hombre que, siendo bárbaro, poseyó las más elevadas cualidades del mando, y estuvo siempre en un primer plano al encarar los peligros y fue el más igualitario a la hora de dividir las ganancias. Pues nunca consintió en adueñarse de una porción mayor, aunque siempre se lo solicitasen; e incluso lo que tomaba lo dividía entre los más valientes. Por ello sucedió -lo que es la tarea más difícil y que nunca es realizada con facilidad por general alguno que en los ocho años de esta guerra, en un ejército compuesto de todo tipo de elementos nunca hubo sediciones y los soldados siempre obedecieron y estuvieron dispuestos para el riesgo".

Una buena lección de “contextura vital” nos la dieron en Numancia, ciudad celtibérica sitiada por los romanos durante diez años y que terminó cayendo (133 a.C.), no sin antes autoinmolarse. Según Polibio, historiador griego (200/118 a.c.):

“...Muchos (numantinos) optaron por el suicidio antes que la deshonra. Pidieron un día de venia para despedirse de amigos y familia y se dieron muerte como mejor les pareció.”

Ya durante la toma de Sagunto por los cartagineses 86 años antes se había producido un hecho similar, esta vez con iberos. De lo que se deduce que todos los pueblos de la Península tenían contexturas vitales similares. Según Tito Livio historiador romano (59 a.c./17 d.c.):

“..Se introdujeron (los cartaginense) con todas sus fuerzas después de dar orden (Anibal) de que fueran muertos todos los jóvenes. Orden cruel pareció en tal ocasión casi necesaria. Pues ¿a quién podría perdonar de los que o encerrados con sus mujeres e hijos quemaron sus casas consigo mismo dentro o armados no finalizaron de otros modo la lucha que muriendo?”

Un tercer momento estelar se dio durante la guerra civil en Roma entre Sila y Mario (iniciada en 87 a.C.) que tuvo repercusión en Hispania, desde donde el general romano Sertorio se alzó contra la Roma de Sila, con el apoyo de casi todas las tribus de la Península. Muriendo en Huesca asesinado (72 a.C.) por traidores. Aquí se reprodujo una de las antiguas tradiciones de iberos y celtíberos, la “devotio” por la que cuando moría el Jefe se suicidaban sus leales, como sucedió con Sertorio en que su guardia celtíbera lo practicó cuando éste fue asesinado. Lástima que hoy en día los políticos no la practiquen y sólo lleguen a defender a líder que les da empleo, por encima de cualquier barrera ética, hasta momentos antes que el barco se hunda.

..Y, tras toda esta historia, la rebelde Hispania se hizo romana…

07/02/2025


Pensar España (4): Fuenteovejuna 1500 años antes.

 

Manuel Castro Zotano

General retirado

El proceso de romanización de Hispania comienza, simultáneamente, con el inicio de la conquista en un proceso sistemático para implantar la superior cultura latina. Este proceso, se llevó a cabo a hombros de las legiones, con una organización cívico-militar extraordinaria para la época, asentando el latín como lengua y realizando cambios radicales en la organización social y política, pasando de tribal a ciudadana. Las elites de personal autóctono pronto imitó las costumbre romanas (vestido, comida, higiene, diversiones, etc.) y, más tarde, el pueblo también lo hizo. Este cambio socio-político tuvo que traducirse en la modificación urbanística de las ciudades preexistentes, la creación de otras nuevas, sobre la base de los campamentos de las legiones que atrajeron a muchos indígenas que prestaban servicios logísticos, veteranos licenciados que se emparejaban con mujeres del país etc. Desde tiempos de Cesar, que pretendía solucionar el futuro de sus veteranos dándoles tierras y la carencia de suelo agrícola en la península Itálica, se inició el proceso de desplazarlos a España (decenas de miles) donde fundar colonias (con fuero romano o itálico). También hubo migraciones coloniales relacionadas con la minería. La urbanización, la defensa, el comercio y el ocio obligaban a la creación de infraestructuras (calzadas, acueductos, puentes, teatros, anfiteatros, termas, templos, etc.) y de una tecnología apropiada a las nuevas necesidades.

Para analizar lo que pudo influir el proceso de romanización en la identidad del pueblo de Hispania me voy a fijar en tres parámetros: la lengua, la religión y organización sociopolítica.

La lengua latina se adquirió por la población autóctona con gran rapidez. A mediados del siglo I, en sur y levante ya usaban el latín en todas las relaciones. En el centro y norte de la Península todavía convivían el latín con las lenguas vernáculas. Traigo un testimonio interesante del historiador romano Tácito que nos narra el episodio de Termancia (cerca de Sigüenza), del año 25 d.C. (habían pasado dos siglos y medio del inicio de la romanización), donde se constata, por una parte, que el espíritu de Numancia no se había perdido y que en momentos en que los nativos expresaban su rebeldía, cambiaban del latín a su lenguaje ancestral:

“El pretor Pisón quiso, en efecto, cobrar tributos de manera violenta a los arévacos, por lo que fue muerto por los nativos. Detenido un joven de la ciudad y torturado para que revelase los nombres, se negó, manifestando que el crimen era colectivo. En voz alta y en su lengua materna, respondió que le interrogaban en vano, pues por mucho que le torturaran no denunciaría a sus compañeros y antes de zafarse de sus captores lanzándose contra un peñasco para matarse pronunció la siguiente frase: aquí existe todavía la Hispania antigua.”(¡no les suena a lo que quince siglos después sería Fuenteovejuna!).

A partir de la segunda mitad del siglo II d.C. no hay constancia de inscripciones que justificaran la supervivencia de las lenguas lusitanas, galaicas, astures, cántabras o de otras tribus. Tiene cierta lógica porque la atomización de lenguas nativas tropezaba con la conveniencia de relacionarse con el vencedor y convivir y comerciar con él. El único pueblo que conservó su lengua fue el vasco, aislado entre montañas, que, prácticamente, no fue romanizado.

En cuanto a la religión, los aborígenes fueron muy reacios a perder sus religiones ancestrales en el centro y norte de la Península (se tiene constancia por restos arqueológicos de mediados del siglo V). Un elemento que habría que analizar es la influencia que el cristianismo hubiera podido tener en este proceso de romanización. Es generalmente admitido, que se introdujo en la Península, ya desde el siglo I, a través del mediterráneo (de ahí que las primeras diócesis eclesiásticas estuvieran en dicha zona: Guadix, Cartagena, Tarragona…), complementándose con la aportación de la Legión VII Gemina que cuando vino a Hispania para quedarse definitivamente en el año 74 d.C, procedente de África, muy cristianizada ya, trajo en sus filas multitud de fieles. Desde su introducción hasta el Edicto de Milán de 325 d.C. (en que se autorizó la libertad de cultos), los cristianos vivieron su religión en la clandestinidad por las constantes persecuciones oficiales (en todo el Imperio) y las propias realizadas por algunas autoridades locales. En el 360 d.C., el emperador hispano Teodosio por su edicto de Tesalónica convirtió el cristianismo en la religión oficial del Imperio y prohibió el paganismo. Por los datos que manejan historiadores especializados, en ese momento, el numero de cristianos se cifraba aproximadamente en el diez por ciento de la población. A partir de ahí, la Iglesia creció rápidamente convirtiéndose en un contrapoder muy importante. Quiere esto decir que en los momentos de mayor intensidad de la romanización (hasta el siglo III, en que la primera gran invasión de de los bárbaros en el Imperio, unido a la anarquía militar en Roma, relajó el dominio de esta sobre Hispania) la Iglesia cristiana todavía tenía poca capacidad de influir en la política del Imperio y en la conducta de la población.

Analizando el tercer elemento, la organización sociopolítica, debemos decir que la creación de ciudades y colonias enlazadas por vías de comunicación y el comercio acercó a las distintas tribus esparcidas por la Península de forma que se identificaron entre ellos distinguiéndose del invasor, aunque lo imitasen por su superior civilización. Las ciudades y colonias tenían distintos estatus jurídico según fueran romanas, itálicas o autóctonas (siempre que no se hubieran posicionado en la guerra contra Roma). En principio, la ciudadanía romana era la mas privilegiada y añorada por la latina. A partir del sigo I d.C., les fue concedida la ciudadanía a elites de autóctonos y coloniales, permitiéndoles el gobierno municipal. Después del edicto de Caracalla en 212 d.C., se amplió la ciudadanía a todo hombre libre cualquiera que fuera su procedencia.

Podemos afirmar, basándonos en restos arqueológicos, que en la zona de la Bética y Levante desapareció, mayoritariamente, la organización tribal en beneficio de la urbana desde el siglo I. En el resto de Hispania la transformación fue mucho más lenta y en algunos casos como el centro y norte peninsular llegó producirse muy lentamente hasta el siglo V (en esa zona sólo se fundaron dos colonias y muy pocas ciudades comparadas con las provincias mediterráneas).

En consecuencia, podríamos concluir que la romanización tuvo varias velocidades y distinto grado de implantación: muy alta, en las zonas de la Bética y Levante; alta, en el corredor desde la Bética hasta Galicia (la ruta del estaño y, posteriormente, de la plata, así como el oro de las Médulas); buena, desde el rio Tajo hacia la Bética y la Carthaginensis; mediana, entre el Tajo y la cordillera Cantábrica y baja, en la zona cantábrica. Lo que si es cierto es que como dice Sánchez de Albornoz: “el contacto con los romanos les permitió afirmarse como pueblo [se refiere al autóctono de Hispania], fortalecer su profundo sentido jurídico —que ya tenían antes de la conquista romana—, y atenuar las diferencias que separaban a los peninsulares (entre sí) al facilitar y provocar su contacto . En ese sentido, la lengua latina —adoptada por la mayoría— desempeñó un papel unificador del pueblo y el mundo de ideas romanas se expandió en la Península”.

Cuando ya Hispania tenía un pueblo aceptablemente cohesionado, irrumpieron los bárbaros...

13/02/2025


Pensar España (5): la ciudad ya no es segura

 

Manuel Castro Zotano

General retirado



Hispania hasta el siglo III d.C., en que proliferaron las invasiones bárbaras del Imperio romano, se había convertido en una de las provincias más desarrolladas y cultas de todo el Imperio. Oigamos al retórico galo Pacato (siglo IV):

“Esta Hispania produce los durísimos soldados, ésta los expertísimos capitanes, ésta los fecundísimos oradores, ésta los clarísimos vates, ésta es madre de jueces y príncipes, ésta dio para el Imperio a Trajano, a Adriano, a Teodosio”.

El proceso de romanización estaba, prácticamente finalizado. El latín era la lengua común de toda la Península (salvo escasos rincones montañosos del Pirineo occidental y de la cordillera Cantábrica), el régimen tribal se había ido muriendo en benéfico del ciudadano y los usos y costumbres romanos se habían generalizado en toda la población. La gente que puebla la Península, tras seis siglos de romanización, se siente romana, pero de una forma especial. Cuando algunos de ellos se ponen en contacto con Roma por negocios o política, se notan distintos a los auténticos romanos hasta en el lenguaje y todos (Lucano, Séneca, Orosio..) echan de menos la Patria chica, Hispania. Desde el punto de vista genético, siguiendo el estudio que he venido citando, se aprecia una huella genética importante de los romanos en el ADN hispano (curiosamente, se aprecia también una aportación significativa de migraciones procedentes de África).

La religión cristiana, a partir del edicto de Milán de Constantino en el 313, abrió la mano a la tolerancia religiosa y con el emperador Teodosio, hispanorromano, en el 380, se oficializa el cristianismo como religión exclusiva del Imperio. De todos formas, desde mediados del siglo III nuestros antepasados dejaron su impronta: les dio tiempo a generar Obispos apostatas (como Basílides y Marcial que fueron destituidos, repuestos por el Papa y vueltos a despedir por consejo de San Cipriano obispo de Cartago). Tener muchos mártires y no pocos lapsos -que apostataban cuando las cosas venían duras por la persecución y querían volver al rebaño cuando la situación se calmaba-. Dar a luz un hereje galaico, Prisciliano, que terminó siendo juzgado y ajusticiado por la rebelión creada y que sus seguidores se encargaron de mantener mucho tiempo después de su muerte. Se organizó un Concilio, el de Elvira (Granada), en el primer tercio del siglo IV, al que él acudieron obispos procedentes de toda Hispania, católicos y laicos. Como propio de nuestra estirpe se elaboró un documento en el que se prohibía casi todo: las imágenes sagradas, contraer matrimonio con la hermana de la esposa, se habla del celibato eclesiástico, sobre la segregación de los judíos, la usura, u otro tipo de actividades relacionadas con la diversión, la moralidad o el juego. Se le cogió el gusto a montar concilios que terminó como el rosario de la aurora, en uno de ellos, los clérigos de la Cartaginense y de la Bética se negaron a comulgar con los de la Gallaecia y amenazaron con crear su propia iglesia, al ser defensores de un castigo ejemplar a los priscilianistas. Por citar algún caso más, con los godos ya encima, tuvimos un joven que se declaró como nuevo Elías al que siguieron obispos y mucha grey. En todos los casos, se organizaron tumultos violentos entre partidarios y detractores (ya sacaba la cabeza el cainismo tan hispano). Un indicador del grado de penetración de la romanización en el tiempo la tenemos en la fecha de creación de las diócesis eclesiásticas de Hispania: Guadix, la más antigua (siglo I), le siguieron Cartagena, Tarragona, Málaga, Toledo y Lugo (siglo II), Mérida y Astorga... (siglo III), Palencia, Granada, Sevilla y Cordoba...(siglo IV), Calahorra, Alcalá, León...(siglo V). Cuando se producen la invasión bárbara de Hispania en el 409, prácticamente la mitad del pueblo era cristiano.

Pero el Imperio se estaba desmoronando. Mientras Roma se mostró fuerte sus legiones pudieron detener la avalancha bárbara. Pero la crisis política, económica, social del siglo III la debilitó tanto que tuvo que recurrir a “federar” pueblos bárbaros dentro de su territorio para defenderla de otros bárbaros y combatir en las frecuentes guerras civiles. Ni la división del Imperio en dos (occidente y oriente), ni siquiera la reforma en profundidad de Diocleciano (284/305 d.C.) resolvieron el problema. En síntesis, esta reforma consistía en una reorganización territorial basada en las diócesis (Hispania una de ellas), con muchas más provincias pequeñas, para controlar mejor la gestión de los impuestos. Separó el poder civil del militar, disminuyó la entidad de las legiones (pasaron de más de 5000 hombres a 3600) y las dispersó con el fin de evitar insurrecciones. Trató también, de recuperar el alma de Roma, de ahí su persecución de los cristianos que los consideraba elementos disolventes de las ideas que habían hecho grande a Roma.

¿Cómo afectó esta reforma a Hispania?: pasó a ser una Diócesis formada por siete provincias (Tarraconense, Cartaginesa, Bética, Lusitania, Galaica, Baleárica y Tingitana, esta ultima del N de África). Su dependencia que era directa de Roma pasó a ser del pretor de las Galias, perdiendo influencia política. En cuanto al Ejército, soló había en toda Hispania una Legión (la VII Gémina), formada por mayoría de hispanos reforzada con elementos itálicos, narbonenses, etc., basada en León y con numerosos destacamentos (Braga, Lugo, Salamanca, El Bierzo, etc.) para controlar, especialmente, la producción de oro de las Médulas y varias unidades de auxiliares “limitanei” ( de unos 500 hombres), generalmente nativos, para garantizar el orden en el límite con las tribus cantábricas y mantener abiertas las calzadas principales. Aunque todavía no habían llegado a Hispania las invasiones bárbaras, podemos afirmar que, con la atomización de la Legión y su disminución de efectivos, la seguridad ciudadana sufrió un gran revés y aunque el relajo de Roma propició el aumento del poder local, en poco tiempo, la alta nobleza hispanorromana dejó las ciudades refugiándose en sus villas en el campo (enormes latifundios) con sus clientes, amigos y esclavos y ejércitos propios para su defensa (en el futuro serían la base del feudalismo).

Con este cambio a peor, asoman sus fauces en Hispania los primeros bárbaros, recorriéndola a sangre y fuego.

02/2025


Pensar España (6): el parto de una nación

Manuel Castro Zotano

General retirado



En el año 409 entran como un ciclón en Hispania varios pueblos bárbaros: suevos y vándalos (germánicos) y alanos (iranios), destruyendo y matando todo lo que encuentran a su paso. El cronista Hidacio, obispo, refiriéndose a Galicia dice:

Desparramándose furiosos los bárbaros por las Españas, y encrueleciéndose al igual el azote de la peste, el tiránico exactor [ se refiere al rebelde a Roma Máximo] roba y el soldado saquea las riquezas y los mantenimientos guardados en las ciudades; reina un hambre tan espantosa, que obligado por ella, el género humano devora carne humana, y hasta las madres matan a sus hijos y cuecen sus cuerpos para alimentarse con ellos. las fieras aficionadas a los cadáveres de los muertos por la espada, por el hambre y por la peste, destrozan hasta los hombres mas fuertes y cebándose en sus miembros, se encarnizan cada vez mas para la destrucción del genero humano..”

No hay nadie que les pueda presentar cara, La Legión VII, había sido destruida en el 375 en la batalla de Andinápolis (Turquía) donde fue trasladada por orden de Roma. La irrupción de estos pueblos salvajes y hambrientos coincide en el tiempo con el alzamiento en Hispania del romano Máximo contra el Imperio, cuya capital ahora está en Rávena. Pacta con los bárbaros federaciones en la Península, asignándoles tierras en diferentes zonas y quedándose él con la parte de la Tarraconense. Perseguido por el Imperio se refugia entre las tribus bárbaras y es asesinado.

Es posible que Hidacio exagerara en su visión de la situación porque poco después otro historiador y sacerdote contemporáneo Orosio refleja en su Histioriarum adversus paganos (quizás por haberse producido un reparto de tierras con los suevos y vándalos silingos):

“Inmediatamente después de estos hechos, los bárbaros despreciando las armas se dedicaron a la agricultura y respetan a los romanos que quedan allí poco memos que como aliados o amigos”.

Lo que si es cierto que durante años la legalidad romana había muerto. Quizás la iglesia se convirtió en una referencia de autoridad no solo eclesiástica sino también política representando al pueblo hispanorromano en sus intereses frente a los bárbaros.

Como Roma (ahora Rávena) no podía consentir este estado de cosas en Hispania, comisionó a los visigodos como federados para que restablecieran el Imperio en la Península. Llegaron y comenzaron de este a oeste y de sur a norte a expulsar de la Península a todas las tribus bárbaras, deteniéndose al llegar a Galicia, porque así se lo ordenó el Imperio, lo que llevó a que los suevos y restos de otras tribus en huida se hicieran fuertes en Galicia y Asturias (hasta el 585 que fueron derrotados por Leovigildo). En el año 552 las tropas bizantinas de Justiniano toman parte del Sur y Este Peninsular (desde Cádiz hasta Cullera) y las Islas Baleares (curiosamente, llamaron al territorio conquistado Spania) donde permanecieron durante unos setenta años hasta que los visigodos de Suintila los echaron al mar.

En estos primeros tiempos, las relaciones entre las comunidades de hispanorromanos con los bárbaros son muy conflictivas pero, por necesidad de ambos, se va llegando al entente de vivir separados, cada uno se proporciona sus propios servicios, se rigen por sus propias autoridades y con sus propias leyes y tribunales. Puede decirse, que pese a los frecuentes sobresaltos, los nativos siguen haciendo su vida como antes. Un elemento pacificador es el reparto de tierras y casas (por sortes y tercios) a los bárbaros.

Cuando ya los visigodos se asientan en la Península se producen cambios, en profundidad, que afectan a las relaciones de Hispania con Rávena y de las dos comunidades que habitan la Península entre sí. Hay tres hitos que considero básicos: La unificación política, la unificación religiosa y la unificación judicial.

La unificación política (572/586) la lleva a cabo Leovigildo, que se ocupa en su reinado de controlar toda Hispania cosa que consigue por la fuerza de las armas (excepto la Spania ocupada por los bizantinos). Convierte Toledo en la capital del Reino y el mismo se corona (con cetro y manto púrpura) para mandar el mensaje a Roma que Hispania es una unidad política independiente. Promulga la ley de matrimonios mixtos (entre godos y hispanorromanos), aunque la dificultad para esas uniones reside en la diferencias religiosas entre ambas (hispanorromanos, católicos y godos, arrianos). Esta dificultad se acrecienta cuando Leovigildo instado por su mujer persigue cruelmente a los católicos (se llevó por delante hasta su propio hijo Hermenegildo al que ajustició).

La unificación religiosa viene de la mano de su hijo Recaredo que en el Concilio de Toledo III (589) se convierte al catolicismo y obliga a los visigodos, arrianos, a convertirse, con lo que abrió definitivamente la posibilidad de que ambas comunidades se integraran. Años después, 624, con Suitila, incorporando a la nación por conquista la Spania bizantina, se consuma integridad territorial de Hispania.

La unificación judicial, la consigue Chisdasvinto que en el año 654 con el Liber Judiciario instauró un régimen jurídico unitario tanto en lo penal, como civil y eclesiástico para las dos comunidades.

Después de estas tres unificaciones podemos considerar a Hispania como una nación (un pueblo mas un territorio y una soberanía). Además, contaba con un Estado porque el Rey disponía de un conjunto de instituciones en los que apoyarse para gobernar: el oficio palatino, podía considerarse el gobierno, el aula regia, el senado y los concilios, como el poder legislativo.

Queda una pregunta en el aire al llegar a este punto: ¿Cómo es posible que 200.000 visigodos pudieran someter y gobernar a casi 6.000.000 de hispanorromanos? Hay que tener en cuenta que los visigodos, dada su escasa entidad no se dispersaron por toda la Península sino que desplegaron, fundamentalmente en la zona comprendida por Toledo, Palencia y Sigüenza con un añadido en la Rioja y la Bureba. Por otra parte, entre 541 y 556 se producen dos brotes de peste negra que disminuyó drásticamente estos efectivos. Un inciso genético, en el estudio que estoy manejando, no se percibe una huella goda en el ADN del hispano, pese a que estuvieron tres siglos en el poder. Volviendo a la pregunta que nos hacíamos, la respuesta es obvia: para gobernar el resto del territorio (¾ de la Península) tuvieron que apoyarse en los nativos hispanorromanos y , de ellos, en los que tenían mas autoridad moral sobre ellos, los obispos. Cada sede episcopal, convertida ahora, también en una especie de Delegación del Gobierno, tenía un equipo, fundamentalmente económico, encargado de la recaudación de impuestos y el control del comercio (hasta con sus propias pesas y medidas).

Aunque hasta Leovigildo (572/586) hay una época oscura política, social y cultural, después hay un florecimiento de la cultura, especialmente, por la contribución de los prelados católicos hispanorromanos, destacando la figura universal de San Isidoro de Sevilla, de padre hispanorromano y madre goda, cuyos libros fueron de texto en la edades media y moderna. En uno de ellos, Historia (de regibus) Gothorum, (Vandalorum et Suevorum), hay una introducción con loa a España que todo español informado debería leer. Y para los que piensan que los reyes godos (conocer cuya lista nos costó mas de algún disgusto a los de mi generación) eran todos unos salvajes, tenemos el caso de Sisebuto que se carteaba con San Isidoro, exponiéndole toda la teoría de los eclipses (y todavía entre nosotros hay terraplanistas). Pero, lo mas importante del pensamiento isidoriano es la consideración de que Hispania es gracias a los godos una nación independiente de Roma, con un territorio perfectamente definido y un solo pueblo cohesionado por la religión católica. En la Loa se pueden apreciar ya los primeros indicios de los vínculos de una Patria.

Pero, como suele pasar en la historia, todo lo bonito tiene trampa y cuando ya empezábamos a tener una nación, en los últimos años del siglo VII las luchas de la oligarquía con el poder real, la crisis económica y la incapacidad militar para defenderse (no había, prácticamente, ejercito permanente), propicia un nueva catástrofe: La invasión musulmana en el 711.

Y 30.000 musulmanes, de un papirotazo desmontan todo el tinglado godo. Lo que parecía que iba a ser “el reino de los mil años”, se disolvió como un azucarillo… Y hubo que empezar de nuevo.

27/02/2025


Pensar España (7): la nación se desmorona.

Manuel Castro Zotano

General retirado



Iniciamos el siglo VII con Hispania consolidada como una unidad política nacional independiente. Con un territorio bien delimitado, la Península Ibérica, que Suintila ha terminado de conquistar en su totalidad expulsando a los Bizantinos (625). Con un pueblo en condiciones de integrarse gracias a los lazos religiosos únicos, el catolicismo, a la posibilidad de casarse entre las distintas etnias y a un ordenamiento jurídico idéntico para todas ellas (el Liber Judiciorum de Chisdasvinto del año 654). Con una soberanía del Rey sobre todo el territorio (excepto, quizás, algunos riscos vascos) y un Estado donde están representados los tres poderes de forma incipiente.

¿Quién podía pensar que un puñado de musulmanes iba a deshacer el tinglado godo en unos pocos años (entre el 711 y el 718)? Digo un puñado porque se estima que en el primer intento de invasión no habría mas de 7.000 efectivos, aunque en sucesivos años de conquista alcanzarían la cifra estimada de unos 80.000, cuando la población de Hispania estaría sobre unos cinco millones de habitantes (hispanorromanos, hispanogodos y godos).

¿Qué Hispania se encontraron, realmente, los musulmanes cuando invadieron la Península? Es difícil describirla pues la única fuente con que contamos es la Historia de los godos de San Isidoro que finaliza en el año 624 con las victorias del rey Suintila, haciendo un panegírico del mismo aunque, después de su abdicación forzada, cambio drásticamente la consideración que le merecía tal personaje. Un cronista anónimo continuó la Historia de Isidoro hasta el año 754, no con tanto rigor. Lo que si parece cierto es que desde el principio del siglo VII el reino godo entró en una crisis que se fue haciendo cada vez más profunda en los aspectos político, económico, social, militar e, incluso, demográfico, tocando fondo en el momento en que llegaron los musulmanes.

En el aspecto político, la monarquía visigoda, como en todas las tribus germánicas, era electiva, padecía la llamada, por algunos historiadores, “enfermedad goda” con la frecuente destitución de los reyes violentamente y las consiguientes luchas intestinas entre los jefes godos o contra el Rey (conflictos de intereses). Cuando se produjo la invasión musulmana se estaba desarrollando una lucha interna por el poder entre Rodrigo (usurpador del trono de Toledo y dux de la Bética) y Agila II (dux de la Tarraconense). En el momento crucial se encontraba el rey con su ejército en el NE de la Península, no se sabe bien, si combatiendo contra los vascones que cada dos por tres se rebelaban y organizaban razias sobre las ciudades godas colindantes, como Zaragoza. Por otra parte, el poder de las ciudades (en franca decadencia y con la mayoría de los señores retirados en sus villas en el campo) seguía en manos de los hispanorromanos y godos. Pero, a partir de Chisdasvinto y su unificación del derecho (654), la situación cambió drásticamente y toda la justicia y gobierno (provincial-se conservaba la organización de Diocleciano- y municipal) se la apropiaron los godos.

La economía, como consecuencia del abandono de las ciudades y la vuelta al campo, se basó en una agricultura y ganadería de subsistencia, minimizando el comercio (reducido a la zona costera mediterránea y ejercido por comerciantes extranjeros) y la minería, hasta tal punto que casi dejaron de utilizarse las calzadas, con su consiguiente deterioro. La crisis económica se manifestó en la disminución del nivel de vida general y la disminución de los recursos de los reyes por la dificultad para recaudar impuestos.

En el aspecto social, la vuelta al campo y las explotaciones agrarias de grandes latifundios trajo como consecuencia la conversión de los esclavos en colonos. Los colonos, ahora siervos, dependían para su vida y seguridad de su señor a cambio de la prestación de determinados servicios (realizando trabajos agrícolas en la reserva del señor, participando en la defensa, etc) en un precedente de lo que serían los futuros siervos de la gleba. La cultura se empobreció notablemente.

Desde el punto de vista militar, el Rey no disponía de un ejercito permanente de mayor entidad que los de los grandes señores, porque en tiempos de crisis económica, muy frecuentes, era imposible pagarlo. Cuando se producía una situación de peligro en algún lugar del territorio que exigiera el empleo de una fuerza militar, todos los hombres cuyo domicilio estuviera a una distancia de menos de 100 millas de ese punto estaban obligados por ley a movilizarse y acudir a la lucha, sin necesidad de convocatoria. En cambio los jefes godos ( dux y comes) si que disponían de fuerzas de seguridad permanentes para sus villas con posibilidades de movilización casi inmediata. Así que el Rey tenía que contar con su apoyo para levantar un ejército para fines de defensa del territorio o represión de rebeliones.

La crisis demográfica fue consecuencia de las frecuentes epidemias de peste que asolaron la Península, se tienen referencias de las del 542, 576, 588, 693 que causaron un número de elevado de muertes (comparando con otras zonas mediterráneas donde si se tienen estimaciones, se puede calcular en un 40% de la población), lo que unido a las hambrunas correspondientes de los años 625 y 707-709 (dos años antes de que se produjera la invasión musulmana. Las desgracias nunca vienen solas) produjo una caída de la población considerable.

En este ambiente se produce la invasión musulmana del 711 que ocupa, en principio, una cabeza de playa al amparo del Peñón de Gibraltar para ir extendiéndose en direcciones Norte y Este/Nordeste. Rodrigo, bajó con su ejército para enfrentarse a los musulmanes en la batalla de Guadalete (no se sabe en realidad el lugar exacto) donde fue derrotado perdiendo, probablemente, la vida (no se encontró su cadáver). Parece ser que los musulmanes, que eran bastante inferiores en número, disponían de información privilegiada procedente de algunos señores partidarios de los descendientes de Witiza que pensaban medrar e, incluso, de los judíos que habían padecido muchas persecuciones y sabían que con los musulmanes les iría mejor. Lo cierto es que en el momento de la batalla, una parte de los señores que apoyaban a Rodrigo, desertaron dejándolo en inferioridad de condiciones frente al motivado ejército musulmán que los arroyó.

La conquista del resto de Hispania (excepto la zona montañosa de Asturias, Cantabria y Vasconia) se produjo en poco tiempo, unos siete años. No hay fuentes contemporáneas de la conquista, aunque si de unos pocos años después ( la crónica bizantino-arábiga de 741, con un enfoque desde el punto de vista musulmán y la Crónica mozárabe del 754, con visión católica, ambas escritas en latín). Como es natural no se ponen de acuerdo. p.e., para este último, la conquista musulmana es una desdicha:

“...los pasa a todos a espada. Y así, con la espada, el hambre y el cautiverio devasta no solo la Spania Ulterior, sino también la Citerior hasta más allá de Zaragoza, ciudad antiquísima y floreciente, poco ha desprovista de defensas por designio divino; hace que caigan hermosas ciudades consumidas por el fuego; manda crucificar a los señores y poderosos del mundo, y descuartiza a puñaladas a los jóvenes y niños de pecho. De esta forma, infundiendo terror en todos, las pocas ciudades restantes se ven obligadas a pedir la paz”.

En cambio para el colaboracionista de los musulmanes, parece que la conquista fue

una gira campestre:

“...por medio del general de su ejército de nombre Musa invadió y sometió el reino de los godos en Hispania, reino firme y poderoso desde antiguo ; y tras echar abajo este reino, hizo a los godos súbditos suyos. Llevando así a cabo prósperamente todas estas guerras ...”

Según avanza la invasión se va islamizando el terreno conquistado y los pocos irreductible cristianos terminan refugiándose en las zonas montañosas del norte, donde España tiene que empezar de nuevo..

02/2025


Pensar España (8) el islam se impone

Manuel Castro Zotano

General retirado



La invasión y conquista de Hispania por los musulmanes y su islamización posterior tuvo unas consecuencias determinantes sobre la existencia de la nación goda. Aquí, de forma concisa, trataremos de analizarlas en los aspectos que conforman una nación: población, territorio y soberanía.

En principio, la escasez de efectivos de los musulmanes en la conquista (la iniciaron con unos 7.000, pudiendo haber llegado a mediados del siglo VIII a unos unos 40.000 árabes y 150.000 bereberes) en comparación con el resto de la población hispanogoda (pese a los problemas demográficos estaría sobre los cinco millones de personas) les obligaba a suscribir pactos con los jefes de las ciudades o territorios sobre los que ejercían su autoridad, quienes a cambio de conservar sus bienes y cierta autonomía, se sometían al dominio musulmán con el pago de un impuesto. En casos de resistencia (aisladas, no bajo una autoridad goda para todo el reino) como sucedió en Sevilla, Mérida, Astorga, etc., las represalias fueron duras y las condiciones que impusieron los vencedores sangrantes. Se constata que durante la conquista hubo una migración considerable de población autóctona y de sus autoridades hacia ciudades protegidas del NO y NE y la cordillera cantábrica (caso emblemático fue la huida del obispo de Toledo Sinderedo que abandonó a su rebaño, poniendo tierra por medio hasta llegar a Roma). Como los musulmanes no tenían efectivos para seguir la conquista y conservar el terreno conquistado, dejaban una pequeña guarnición en cada ciudad importante tomada y el gobierno, en principio, lo ejercía un jefe musulmán asistido por autoridades locales (generalmente, godos witizianos y judíos).

Estos pactos iniciales, ya empiezan a responder a la idea musulmana del dominio absoluto de la población y el territorio. En general, consideraban a las “gentes del libro”(cristianos, judíos y zoroastristas) como sus “protegidos” permitiéndoles conservar la vida y sus bienes pero, cuando terminó la conquista y la población se iba islamizando (llegó a ser mayoría en el siglo X) la tolerancia religiosa fue disminuyendo progresivamente, así como aumentando la discriminación contra los cristianos. En lo judicial, por ejemplo, el musulmán usaba como código de justicia la Sharia administrada por jueces (cadíes). En cambio, La ley no era igual para todos y, prácticamente, los mozárabes (cristianos no convertidos al islam) estaban desprotegidos lo que propiciaba las arbitrariedades, persecuciones y humillaciones. Recluidos en guetos (la comunidades cristianas dejaron, prácticamente, de existir en el siglo XII), contaban con su propias leyes y jueces para sus asuntos internos, pero en los sus litigios con personal musulmán se hacía uso de la Sharia donde el testimonio de un mozárabe tenía una cuarta parte del valor de la de un musulmán. Había muchas más formas de discriminación: en los impuestos, el musulmán solo pagaba el diezmo de sus bienes muebles, mientras que el mozárabe pagaba dos, uno per cápita y otro por la tierra, lo que les suponía una carga triple que al musulmán, afectando en gran medida a muchos pequeños agricultores. El vestido fue otro motivo de discriminación para diferenciarse del musulmán a simple vista. En cuanto a la religión, desalojaron bastantes iglesias para convertirlas en mezquitas y los mozárabes, no podían construir otras nuevas, sino arreglar las que les dejaban. No podían, asimismo, hacer proselitismo católico entre musulmanes, ni realizar demostraciones públicas de su fe. Tampoco se les permitía casarse con una musulmana (lo contrario si estaba permitido). Tenían prohibido portar armas para su propia defensa en unos tiempos en que la vida de un cristiano valía muy poco. Los cargos en la Administración estaban cerrados a los mozárabes, salvo algunos, escasísimos, que contaban con la confianza del emir o califa. Y un largo etc. Para colmo, en el siglo XII, los almorávides y almohades perpetraron varias expulsiones de los mozárabes de Al Andalus al N de África en unas condiciones inhumanas, donde encontraron la muerte o fueron vendidos como esclavos. Prácticamente, desde ese momento, dejó de haber cristianos en Al Andalus. En esas condiciones discriminatorias hacia los mozárabes lo normal es que se produjeran migraciones hacia tierras cristianas o que se convirtieran al islamismo por las muchas ventajas que les proporcionaban.

Respecto a la soberanía, el poder absoluto estaba centralizado en el emir o el califa, con un primer ministro (hachib) y un grupo de funcionarios para la administración. La organización territorial se basaba en la provincia (Cora) que variaron en número según las vicisitudes políticas y la disminución del territorio por la reconquista cristiana. Cada una dirigida por un gobernador (walí) desde una ciudad importante y divididas en distritos. Tenían amplias responsabilidades civiles y militares. Asimismo, durante el emirato y califato, existían las denominadas marcas que eran zonas militarizadas en contacto con el enemigo cristiano a lo largo de toda la frontera (la Marca Inferior, con capital en Mérida y después en Badajoz, la Marca Media con capital en Toledo y la Marca Superior con capital en Zaragoza) que englobaban varias coras, comandadas por un marqués o caudillo militar.

El proceso de arabización e islamización fue casi simultaneo, probablemente, el primero es anterior al segundo ya que la lengua árabe era muy necesaria para la comunicación del pueblo hispanogodo con los nuevos amos, así como, signo de prestigio social. En lo referente al lenguaje podemos distinguir tres periodos: uno primero, desde el siglo VIII al X, en que en Al Andalus conviven dos lenguas: el árabe (con sus variedades de oriente y las bereberes, mayoritarias) y el proto-romance (derivado del latín con prestamos de otras lenguas), que habla la totalidad del pueblo hispanogodo. Un segundo periodo, siglo XI y XII, en que el idioma mayoritario es el árabe andalusí, consumándose la arabización, y tercer periodo, siglo XIII, en que como consecuencia del gran avance cristiano, vuelve el bilingüismo. A partir del Siglo XIV, desaparece el árabe en los territorio del N, en el siglo XVI, en Granada y hasta la expulsión de los moriscos (siglo XVII) en el levante mediterráneo.

El proceso de islamización duró algo más y, como se ha dicho, terminó en el siglo XII con la migraciones mozárabes a tierras cristianas o la expulsión de los que permanecieron en Al Andalus.

La conquista musulmana de la Península terminó en el 718, según la historiografía oficial. Algunas élites de hispanorromanos e hispanogodos con sus clientelas fueron retrocediendo por el empuje musulmán, refugiándose en la cornisa Cantábrica y los Pirineos. Unos años después se alzó Pelayo en los montes Asturianos derrotando a los musulmanes que ocupaban esa zona en la batalla de Covadonga, 722(?). En tal momento, se levantó sobre sus escombros la nación hispana que, fragmentada en reinos, terminaría con el poder musulmán en la Península.

Dicho de este modo puede parecer que todos los españoles informados estamos de acuerdo...pues ¡no!, como veremos en próximos artículos.

25/02/2025


Pensar España (9): la nación hispana resurge de sus ruinas

Manuel Castro Zotano

General retirado



Después de derrotar al ejercito del rey godo Rodrigo en la batalla de Guadalete (711), el avance musulmán hacia el N y NE no se encontró con una defensa organizada por el poder central sino con resistencias locales de desigual intensidad. Muchos hispanogodos e hispanorromanos, especialmente sus élites y clientela, se fueron replegando hasta la cornisa Cantábrica y los Pirineos. Allí organizaron la última línea de defensa apoyándose en la población local. Con la primera victoria de los cristianos en Covadonga (722?) se sale, al menos en la cornisa Cantábrica, del profundo marasmo depresivo creado por la imbatibilidad de los ejércitos islámicos. Esto dio lugar a la exaltación del espíritu de resistencia al invasor y el comienzo de la recepción de migraciones de cristianos procedentes de lugares cercanos dominados por los musulmanes.

Pasada una década, se produce otra batalla, esta vez más importante (menudos son los franceses con su historia), en Poitiers (732), donde los musulmanes fueron derrotados por los francos liderados por Carlos Martel y expulsados de Francia. Nueve años después, y aprovechando la rebelión de los bereberes y su retirada hacia el sur, Alfonso I (yerno de Pelayo) rey de Asturias inicia un proceso histórico de expansión por el antiguo territorio godo para recuperarlo, fortificar lo conquistado y repoblar las zonas vacías. Llega hasta el Atlántico por el oeste (Oporto, Braga, Lugo, Viseo), por el sur hasta el valle del Duero (León, Astorga, hasta Miranda) y por el este (Santander, Álava, La Bureba, Rioja). Pero como dispone de escasos efectivos se limita a repoblar la cordillera Cantábrica, roturar muchos terrenos para la agricultura y fortificarla hasta la Rioja, dejando al sur una gran zona vacía (“desierto estratégico”, para algunos medievalistas). Este proceso (“recuperación” del territorio perdido, fortificación y repoblación) constituyen la clave de lo que se reconoce mayoritariamente, como Reconquista. No fue un proceso unitario y perfectamente planeado por muchas razones: faltó sincronización entre las acciones de los cristianos en los dos escenarios. En las montañas de Asturias se inicia la recuperación del territorio poco tiempo después de la victoria en Covadonga (741), en cambio, en la zona de los Pirineos, donde solo persiste el reino de Pamplona (en ambas vertientes) hay que esperar casi un siglo, hasta el año 814, a que el emperador Carlomagno estableciera la Marca Hispánica. Se trataba de una zona colchón, entre el Reino de Pamplona y la costa de la Tarraconense, para proteger su reino de posibles ataques musulmanes desde Hispania. Esta marca la formaban distintos condados, en principio, mandados por francos y que con el paso del tiempo fueron cambiando por jefes autóctonos que se fueron declarando independientes (Ribagorza, Urgel o Barcelona). Se puede considerar que hasta que se produce el desmembramiento del califato de Córdoba en taifas (1031) y, fundamentalmente, con Sancho Ramírez y Pedro I (finales del siglo XI) no se inicia verdaderamente el proceso de reconquista por el Reino de Aragón (comenzó como un condado del reino de Pamplona y se convirtió en Reino en 1035), porque los condados catalanes siguieron con mentalidad defensiva y Navarra estaba encajonada por el oeste y sur por el condado de Castilla. Para resaltar la diferencia de velocidades entre ambos procesos diré que en escenario, asturiano-leonés, unos pocos años después (1085) el Rey de León ya había conquistado Toledo y tenía controlado y repoblado el valle del Duero. Castilla irrumpe enérgica en la historia, como condado independiente (siglo X) y reino después (1230), produciendo un impulso extraordinario en el avance hacia el sur que, cuando coincide con la expansión del Reino de Aragón, obliga si no a sincronizar acciones guerreras entre ellos, sí a respetar sus zonas de influencia. Es de resaltar que la toma de Valencia por Aragón y la del reino de Murcia por Castilla es, casi simultánea. De todos modos, Castilla ganó en extensión ⅔ mas de terreno a El Andalus que Aragón en el mismo periodo de tiempo. La colaboración entre reinos cristianos contra el musulmán se dió en muchas ocasiones en empresas locales y en algunas batallas importantes como la de las Navas de Tolosa, 1212, donde se reunieron ejércitos de Castilla, Aragón y Navarra para derrotar a los almohades). Hubo también, aunque en menor medida , colaboraciones de los cristianos con los musulmanes contra otros musulmanes e, incluso, otros cristianos. A la falta de sincronización hay que añadir que ambos procesos nunca fueron lineales (las tres acciones: recuperación de territorio, consolidación de lo conquistado y repoblación, no se dio por este orden o faltó algún elemento). En los ocho siglos que duró, hubo de todo, avances, parones, retrocesos, conformismo con lo conquistado, luchas intestinas o dinásticas, pactos con el enemigo, etc, pero siempre se tuvo en mente la “idea” fundamental de “recuperar” la totalidad de Hispania y “restaurar” el cristianismo. “la España perdida o destruida por los árabes se convierte en empresa” (Julián Marías). Pero esto que a los de mi generación nos parece evidente desde que empezamos a estudiar, tras la muerte de Franco no está tan claro como ya veremos.

Decía el historiador inglés e hispanista Stanley G. Payne: «España es el único país occidental, y probablemente del mundo, en el que una parte considerable de sus escritores, políticos y activistas niegan la existencia misma del país». No es de extrañar que haya un profundo desacuerdo entre los historiadores modernos y los tradicionales en la valoración de las distintas gestas nacionales y, en particular, las que como la Reconquista tienen que ver con la formación e identidad de España.

En el próximo artículo entraremos en ese debate.

19/04/2025


Pensar España (10): Reconquista morbosa

Manuel Castro Zotano

General retirado



En la fase terminal del régimen franquista (1969/1975) se produce un movimiento de oposición política en la Universidad que termina volviéndose violento, interviniendo la policía en varias ocasiones en el campus. Este movimiento liderado por minorías de activistas comunistas no tiene, prácticamente, reflejo en la calle. Desde el punto de vista académico, surge un grupo de historiadores que da soporte intelectual al movimiento político difundiendo ideas contrarias a la historiografía tradicional en aquellos asuntos que tuvieran que ver con formación de España y su identidad. La mayoría de estos historiadores son deudores del comunista Timón de Lara que en aquellos momentos era profesor en la Universidad de Pau (Francia) y cuya idea del quehacer del historiador puede resumirse en uno de sus asertos:

El historiador comprometido no puede ser, por ello, objetivo e imparcial; es un militante político-social: “Porque el historiador que pretende estar por encima de las ideologías y de las clases, tomar <los hechos y sólo los hechos> está aceptando, virtualmente, el peor de los conformismos: el de los poderes establecidos”.

Actualmente, medios siglo después, otro grupo de historiadores jóvenes, marxistas algunos y otros secesionistas o regionalistas, continúan proporcionando argumentos históricos a los políticos que quieren seguir demoliendo el edificio institucional y conceptual de España hasta convertirla en un “estado sin nación”, en beneficio de quiméricas patrias particulares.

Un fenómeno en que ambos grupos de historiadores tienen bajo su punto de mira es la Reconquista que niegan ya pocos, porque como veremos las evidencias históricas son abrumadoras, pero otros tratan de desacreditar por tóxico. Veamos alguna de sus teorías. Comenzaré por una primera negación: la existencia de Pelayo y de la batalla de Covadonga. De ello hay bastantes referencias documentales cristianas, entre las que destacan las tres crónicas que mandó redactar Alfonso III de Asturias en el siglo IX (Albeldense, Rotense y Sebastianense). En cambio, referencias árabes hay menos y más tardías en las que se nombra a Pelayo como Belay al Rumí (Pelayo el Romano). En cuanto a la batalla, no la consideran como tal y a los ojos de AlBayân al-Mugrib de Ibn ‘Idârî (siglo XIV) se trata de una simple escaramuza entre grupos armados de poca consistencia numérica. Dos siglos más tarde el cronista egipcio Al Maqqari (1578/1632) no habla de la batalla pero sí de la rebelión exitosa de Pelayo y de sus descendientes:

“ ...Sublevó a los cristianos contra el lugarteniente de Al-Hurr, le ahuyentaron y se hicieron dueños del país, en el que permanecieron reinando, ascendiendo a veintidós el número de los reyes suyos que hubo hasta la muerte de Abd Al-Rahman III”.

Distinto es que en las crónicas cristianas se idealizara la figura de Pelayo adornándola de una aureola de héroe legendario prototípico de la época (ser godo, no colaboracionista con los musulmanes y cristiano). También, lo muestran como pariente de reyes godos, quizás porque Alfonso III, que descendía de Pelayo y reinaba cuando mandó hacer las crónicas, tenía gran interés en legitimarse como Rey de todos los godos. Llegó a denominarse  Adefonsus totius Hispaniae imperator (867). En 877, aparece como Adefonsus Hispaniae imperator y en 906 como Adefonsus...Hispaniae rex (títulos que también se dieron algunos reyes de León y Castilla e, incluso, el navarro Sancho III). El historiador tunecino Ibn Jaldum (1332/1406) duda de esto:

«Estos reyes son de una familia de Galaecia; cierto es que Ibn Hayyan dice que son descendientes de los godos, mas tal opinión es errónea a mi parecer, pues esta nación había perdido ya el poder y rara vez ocurre que una nación que lo ha perdido llegue a recobrarlo. Era una nueva dinastía que reinaba sobre un nuevo pueblo, pero sólo Dios conoce la verdad».

Sobre el término Reconquista hay un precedente, muy citado, de Ortega y Gasset quien en 1921, en su “España invertebrada afirmó:

«Un soplo de aire africano los barre [a los visigodos] de la Península (...) Se me dirá que, a pesar de esto, supimos dar cima a nuestros gloriosos ocho siglos de Reconquista. Y a ello respondo ingenuamente que yo no entiendo cómo se puede llamar reconquista a una cosa que dura ocho siglos».

Argumento que refutó, entre otros, el medievalista Benito Ruano:

... puede rebatirse con la invocación de tantos procesos y fenómenos históricos como pueden ser, en sus diversas proporciones, el cristianismo, el feudalismo, la institución monárquica... Sujetos todos hoy incluibles en la moderna concepción braudeliana (deBraudel) de la longue durée”.

El mas fiel y calificado discípulo de Ortega, el ilustre filosofo Julián Marías, si que acepta el término y disculpa a su maestro por los errores históricos que comete debido al incipiente conocimiento del medievo en la época de la cita (1921).

Alguno de los autores que cuestionan el término Reconquista afirman que fue inventado en el siglo XIX por el nacionalismo español. Consideran como argumento que “si el término no existe [en la Edad Media] es que no existe el concepto (M. Ríos)”. Argumento débil porque desde la semiología sabemos que un concepto puede ser denominado de varias formas a través del tiempo e, incluso, recibir el nombre mucho después de su aparición. Por ejemplo, el término “malaria” se empleó por primera vez en la Historiae Florentini Populi (1492) de Lorenzo Bruni y no por eso no dejaban de morir seres humanos desde tiempo inmemorial por esa enfermedad. El Reino de Asturias no se denominó así hasta el siglo XVII, y no por ello, dejaba de existir desde el año 718. El Renacimiento, no se denominó así hasta el siglo XVIII y no por ello Miguel Angel (1475/1564) dejaba de ser renacentista, etc., etc., etc.

En realidad, la primera vez que aparece el vocablo es con el escritor francés Fenelón (1651-1715) en su libro “Reconquerir L’Espagne”. Entre nosotros, la mención más antigua de “Reconquista”se remonta, por el momento, a 1758, en la Paleografía del jesuita Esteban Terreros y Pando y es ampliamente utilizado por nuestros ilustrados (Jovellanos, Campomanes, Cadalso, etc.) casi un siglo antes del nacimiento del nacionalismo. Es decir, que ni el termino Reconquista es español ni se inventó por el nacionalismo Otra cosa es que políticamente, deformándolo, haya sido utilizado, modernamente, por los de uno y otro signo para arrimar el ascua a su sardina. De todos modos, hasta la muerte de Franco, la Reconquista había sido conciliable con todas las ideologías, incluida la comunista. Buscando un ejemplo en una autoridad foránea poco sospechosa, Carlos Marx, diré que aceptó el término, presentándolo como elemento distintivo de España (pero aquí ya se sabe nuestros marxistas son más marxistas que Marx).

Vayamos ahora al concepto. La definición del diccionario de la RAE en su edición de 1936, segunda acepción (no es sospechosa de nacionalista porque gobernaba el Frente Popular) dice: «Recuperación del Territorio hispano invadido por los musulmanes en 711 d.C. que termina con la toma de Granada en 1492». Utiliza la palabra “recuperación” que era como llamaban en el medievo en España a la Reconquista (junto con otro vocablo como “restauración”, que aún es mas completo). Veamos, ahora como hablan del asunto diversas crónicas de la época:

La Crónica Albeldense (881):

con ellos los cristianos día y noche afrontan la batalla y cotidianamente luchan, hasta que la predestinación divina ordene que sean cruelmente expulsados de aquí (se refiere a los musulmanes)”.

Fernando I, conde de Castilla y rey de León (1060), dirigiéndose a los habitantes de Toledo para cobrarles impuestos por la protección (parias):

«Nosotros hemos dirigido hacia vosotros [sufrimientos] que nos procuraron aquellos de los vuestros que vinieron antes contra nosotros, y solamente pedimos nuestro país que nos lo arrebatasteis antiguamente, al principio de vuestro poder, y lo habitasteis el tiempo que os fue decretado; ahora os hemos vencido por vuestra maldad. ¡Emigrad, pues, a vuestra orilla [allende el Estrecho] y dejadnos nuestro país!, porque no será bueno para vosotros habitar en nuestra compañía después de hoy; pues no nos apartaremos de vosotros a menos que Dios dirima el litigio entre nosotros y vosotros».

Los musulmanes conocían perfectamente hacia la mitad del siglo XI la mentalidad de Reconquista de los cristianos. Abd Allah , último rey del taifa granadino, en sus memorias cuenta que conversó con el gobernador de Coimbra sobre el asunto:

«Al-Ándalus pertenecía a los cristianos hasta que fueron vencidos por los árabes, que los obligaron a refugiarse en Galicia, la región más desfavorecida por la naturaleza. Pero ahora, que es posible, desean recuperar lo que les fue tomado por la fuerza. Para que los resultados sean definitivos, es necesario debilitarlos y desgastarlos con el transcurso del tiempo. Cuando no tengan dinero ni soldados, nos apoderaremos del país sin esfuerzo».

Hasta aquí parece no existir duda de la pertinencia del término y concepto de Reconquista. “Si aceptamos el concepto de Reconquista es porque es fiel a un argumento que existía y porque resulta operativo hoy en día” (catedrático García -Fitz). Pero ¿cuál es ese argumento?, ¿Están todos de acuerdo?

28/04/2025


Pensar España (11): ¡¡¡Reconquista!!!

Manuel Castro Zotano

General retirado



En el estado del debate sobre la Reconquista presentado hasta ahora se han aclarado algunas dudas: que el término Reconquista no es español ni nació con el nacionalismo y que el vocablo es pertinente, así como el amplio consenso de la Comunidad Académica sobre el concepto. ¿consenso en qué?, El catedrático e historiador Rodríguez de la Peña, matiza: “Nosotros pensamos que es un término con el suficiente consenso académico para que su uso sea neutro. Hemos llegado al punto de que si alguien lo usa debe adscribirse a una u otra ideología, lo cual es un despropósito”.  Un uso neutro no es un uso objetivo, es una conveniencia para evitar problemas. Voy a meterme en el charco intelectual para discernir en qué no se ponen de acuerdo alguna historiografía moderna con la tradicional. Evitaré los argumentos ad hominen o a contrariis centrándome en historiadores de reconocido prestigio que sí tienen un relato coherente, aunque sea diferente del tradicional. No me resisto, antes de meterme en ello, de presentar algunos testimonios chuscos en los que se califica a la Reconquista como “machista, “belicista” y “racista”. No merecen que pierda un minuto en refutar semejantes tonterías de la inquisición “woque”. Hay otro historiador marxista mas profesional y, por tanto, mas leído, que etiqueta al proceso reconquistador con mas elegancia como de “nacionalista, esencialista, etnocéntrico, colonialista y mixtificador”. Entiendo, siguiendo el argumentario de los negacionistas, si esos términos no existían en la época medieval tampoco existirían esos conceptos.¡Sean coherentes, por favor! En cuanto a teorías disparatadas, rebatidas hasta por los disidentes modernos, figuran las del diletante Ignacio Olagüe (1903/1974), quien rechazó la Reconquista porque, según él, no hubo conquista de los musulmanes de la Península (quizás se trató de la visita de un invitado amable que vino a resolver nuestros problemas. Lo malo es que se convirtieron en “okupas” que costó ochocientos años desahuciarlos). Pretendía, en definitiva, diferenciar la cultura y civilización andalusí de lo árabe en Al Andalus (por eso este autor es muy conocido, admirado y leído con embeleso en Andalucía).

Con objeto de sintetizar el pensamiento tradicional respecto a la Reconquista, que se tacha normalmente de nacionalista o en algunos caso de nacionalcatólicista, recurriré a dos insignes historiadores y medievalistas como son Menéndez Pidal (1869/1968) y Sánchez de Albornoz (1893/1994). Ambos, opuestos al régimen de Franco, son poco sospechosos de pertenecer a la “fachosfera”, como dicen los de izquierdas hoy en día, aunque ambos, no nacionalistas sino patriotas, fueron fervientes católicos, lo que pone de los nervios a los ofendidos con la Reconquista modernos. Traigo aquí un resumen de la idea de Menéndez Pidal al respecto, sintetizada por el profesor García Fitz:

“”La idea de reconquista, tal como se expresaba en los escritos pidalianos, vinculaba estrechamente al menos cuatro aspectos que se complementaban para forjar la identidad nacional española: uno, la permanencia y aún el reforzamiento, entre los reinos cristianos peninsulares de la Edad Media, de la idea de una España unida; dos, la recuperación del territorio usurpado por los musulmanes, entendida ésta como la liberación total de una patria que había quedado en manos extranjeras a raíz de la conquista islámica;tres, la conjunta participación de todos los españoles en esta empresa, que por supuesto se presenta como una labor común, por encima de las circunstanciales divisiones políticas de cada momento;cuatro, la imbricación de este proceso político-militar, de corte nacional, con un catolicismo militante que da la pertinente cobertura religiosa y necesaria trascendencia a todo el edificio interpretativo”.

Garcia Fitz, refiriéndose a Sánchez Albornoz, afirma también que:

...estaba convencido de que la reconquista era una empresa común de todos los españoles, en el curso de la cual un grupo disperso de reinos cristianos, tras varios siglos de «lucha nacional y religiosa», conseguirían no sólo recuperar «el solar nacional» invadido en el siglo VIII por los musulmanes y liberado completamente a finales del XV, sino también alcanzar la libertad(…) El historiador abulense insistía especialmente en la trascendencia de este proceso como elemento conformador de la personalidad histórica de España. De manera contundente, convirtió a la Reconquista en «clave de la historia de España».

Entre las ideas opuestas o distintas a las anteriores, voy a citar algunas de las mas importantes. La primera de ellas, que trastoca todo el planteamiento tradicional, es la de los historiadores, ya fallecidos, Barbero y Vigil, que en su libro La formación del feudalismo en España (1978), afirman que los cántabros , astures y vascones eran independientes, primero del imperio romano y después del visigodo, consecuentemente, no tenían que reconquistar nada, sino recuperar solo lo que habían perdido ellos con los árabes. Aunque posteriormente, siguieran expandiéndose.

No niegan Barbero y Vigil el termino Reconquista pero lo reducen a una serie de acciones deslavazadas, sin un fin concreto: “la historiografía actual, con una unanimidad que puede calificarse de plena, ha restituido el proceso reconquistador y a sus obligadas secuelas –la repoblación, la frontera, la inserción del ideal de reconquista en las ideas político-religiosas de cruzada que alientan desde fines del siglo XI en la Cristiandad occidental-”.

Esta teoría, parte de la base de la escasa romanización de las tribus de la cornisa Cantábrica que está totalmente desacreditada en la comunidad académica actualmente porque los modernos estudios (Armando Besga, José Miguel Novo Güisán,Yves Bonnaz, Julia Montenegro y Arcadio del Castillo) demuestran, con gran profusión de pruebas que, por el contrario, la romanización era un hecho irrefutable en ese escenario.

Otros historiadores desmitifican el proceso de la Reconquista reduciéndolo a la simple expansión territorial de los distintos reinos cristianos. No se trata de recuperar el reino visigodo y restablecer el culto cristiano, sino como dice Alvarez Borge:

la Reconquista obedece a los intereses de los grupos dominantes cristianos… que ven en la expansión territorial y la lucha contra al-Andalus una forma clara de desarrollar su hegemonía social, económica y política”

La refutación de este argumento por Menendez Pidal, se puede resumir en esta afirmación:

...el libre y puro espíritu religioso salvado en el Norte fue el que dio aliento y sentido nacional a la Reconquista. Sin él, sin su poderosa firmeza, España hubiera desesperado de la resistencia y se habría desnacionalizado, y habría llegado a islamizarse como todas las otras provincias del imperio romano al este y al sur del Mediterráneo... Lo que dio a España su excepcional fuerza de resistencia colectiva, prolongada durante tres largos siglos de gran peligro [del VIII al XI] fue el haber fundido en un solo ideal la recuperación de las tierras godas para la patria y la de las cautivas iglesias para la Cristiandad”.

No hay que desechar tampoco que, aunque las motivaciones, siendo fundamentales las religiosas y de recuperación de la Patria perdida, hay que buscarlas también en “las ambiciones políticas, los intereses económicos, las presiones demográficas y la dinámica de la expansión feudal” (Garcia Fitz).

Por no extenderme más diré que hay una escuela marxista de interpretación de este periodo histórico, cuyo representante principal es el profesor García Sanjuan que está contra el relato tradicional sobre la Reconquista porque considera que, según ella, la identidad nacional se gesta “exclusivamente” por el cristianismo, de tal forma que la presencia islámica se interpreta como amenaza o negación de dicha identidad , relegando a la España musulmana al papel de antagonista. Asimismo, que Al-Andalus, en definitiva, será interpretado como una entidad extraña y ajena a la nación española cuya destrucción, a través de la Reconquista, será determinante para la consecución de la unidad nacional.

Hablemos de la identidad nacional “exclusiva” gestada por el cristianismo. Partiendo de que esta se basa en una serie de elementos objetivos: la religión, la raza (devaluada científicamente la sustituiré por la genética), el idioma, las creencias, los valores, los comportamientos la cultura, el arte, etc, junto con el sentimiento subjetivo de identificarlos como propios. Afirmo que, de todos los elementos definidores de la identidad nacional, la religión, las tres del Libro (cristianismo, islamismo, judaísmo), por su propio sentido absoluto de la verdad, impide que existan influencias entre ellas. Así que la identidad nacional en materia de religión, fue “exclusiva” islámica en los territorios que dominaban los musulmanes y , “exclusivamente”, cristiana, en las zonas de dominio de estos. Cuando terminó la Reconquista, no cabe la menor duda que la religión de la Monarquía española era “exclusivamente “ cristiana. En cambio, en los demás elementos objetivos que configuran la identidad nacional: arte, cultura, modos de estar, etc., si que se influencian ambas comunidades y así lo constata uno de los autores tradicionales, Sanchez de Albornoz:

“la influencia fatal de la dominación sarracena’ no sólo se produjo en los planos político y económico, sino que ‘hasta en las más íntimas fibras del alma española produjo reacciones preñadas de tristes corolarios’...(como) ‘la hipertrofia de la clerecía hispana’ y la ‘superexcitación guerrera’, responsable de ‘la atenuación de la sensibilidad política del pueblo”...

“Esa actitud no me ha impedido, empero, rendir cálido homenaje a la cultura hispanoárabe. Invoco mi libro El Islam de España y el Occidente en el cual me he complacido en hacer resaltar las maravillas del pensamiento, las letras, las artes y las ciencias de los musulmanes de al-Andalus” .



¿Dónde queda el furibundo nacionalismo de Albornoz? La cuestión estriba en qué la mejor forma de desacreditar a un enorme intelectual que tiene el atrevimiento de amar a su Patria es tildarlo de nacionalista (sabiendo que es un término diabolizado cuando se trata de España y deificado cuando es del nacionalismo secesionista)?

08/05/2025


Pensar España (12): la dfícil construcción de una nación

Manuel Castro Zotano

General retirado

Parece coherente afirmar que desde la conquista y romanización de la Península hasta la unión de los reinos de Castilla y Aragón, el “ser” de España ha ido evolucionando. ¿llegó a ser una nación?, ¿quizás una patria? , ¿existía la identidad nacional? En un intento de explicarlo voy a contrastar la realidad de cada época histórica con el marco conceptual que definí en mi primer artículo (1.b) de esta serie sobre los tres ingredientes fundamentales de dicho ser.

Hemos visto siguiendo la Historia que son los romanos los que por conquista, convierten la Península en una provincia del Imperio rebautizada por ellos como Hispania (antes llamada Iberia por los griegos). En los ocho siglos que van desde el inicio de la conquista (siglo III a.C.) hasta la caída del Imperio Romano (siglo V d.C.), los habitantes autóctonos, tras una tenaz resistencia que duraría doscientos años, se romanizan y mezclan con los conquistadores, dando lugar a un pueblo singular con una identidad propia. No puede decirse que en este periodo fuera Hispania una nación, porque de sus tres atributos (territorio, pueblo y soberanía) le falto el de soberanía que estaba fuera (primero en Roma, después en Rávena). En cuanto a la posible Patria Hispana, se descarta el vínculo jurídico porque los diversos tipos de ciudadanía que se establecieron tenían que ver con Roma. Sí que empezaba a sentirse, incluso por las élites romanas que se asentaron en la Península, un cierto vínculo afectivo manifestada en el cariño a la tierra hispana que, normalmente, constataban cuando viajaban a la Metrópoli, donde se sentían distintos, incluso en la forma de hablar el latín, y expresaban su melancolía por su ausencia. En lo referente al personal autóctono, la romanización propicio la práctica desaparición del régimen tribal, lo que unido a los contactos entre todos los pueblos peninsulares a través de las calzadas y el comercio favoreció la existencia de una incipiente identidad nacional (recuerden el incidente de Termancia que ya conté en el artículo 4 ).

Con la descomposición política del Imperio Romano, se apoderan de Hispania los visigodos (416 a.C.) produciendo una convulsión en la organización política y territorial. En los siglos que dura su mandato (desde el V al VIII) se consolida la unidad del territorio (expulsando a los Bizantinos que ocupaban una parte del levante peninsular), la unidad religiosa sobre la base del catolicismo que favoreció, asimismo, la mezcla de godos e hispanorromanos y, por último, la unidad jurisdiccional basado en un código de justicia común para ambos pueblos. El propio San Isidoro, obispo de Sevilla y uno de los intelectuales más importantes de la época, en su Loa a España de su Historia de los godos, vándalos y suevos (625), ya constata que Hispania es una nación, en la que distingue claramente un territorio definido, una población con personalidad propia y una soberanía ejercida por los reyes godos. También pergeña los rasgos de una Patria por sus vínculos. La Identidad Nacional, continúa formándose pero sigue estando en una fase muy rudimentaria. Desde mi punto de vista, este periodo es fundamental para la formación de lo que devendría en el “ser” de España.

Como en nuestra historia patria no ganamos para sobresaltos, en el año 711, tras un periodo continuado de crisis política, económica, militar y demográfica del Reino Godo, los musulmanes, procedentes del norte de África invaden y conquista rápidamente Hispania (siete años). Prontamente, se inicia la Reconquista (722) como un proceso de recuperación del territorio del reino godo y restauración del catolicismo, además de otras motivaciones más profanas como los intereses de los grupos dominantes para ejercer su hegemonía social, económica y política. La nación se fragmenta en un mosaico de reinos que, aunque mantienen en mente esa “empresa” común, adquieren características propias por los avatares históricos que viven en el dilatado tiempo que dura la Reconquista. No cabe duda que todos los reinos mantienen una estrecha relación entre sí y, con el paso del tiempo van integrándose, la mayoría, en entidades superiores (con algunos pasos atrás temporales), a través de uniones dinásticas o por conquista. En Castilla se aprecia en mayor medida ese ansia de unidad. Un ejemplo lo tenemos en que muchos de sus reyes, a partir del siglo XI, se autodenominan emperadores de Hispania como forma de demostrar su primogenitura sobre un reino unido para toda la Península. También, Sancho III de Navarra recurrió a tal título. La Nación ha involucionado desde los tiempos godos porque ha perdido la soberanía sobre todos los reinos de la Península (el territorio). El pueblo, por su parte está más identificado con sus respectivos reinos y sólo las élites saben lo que es España.

El término Hispania-Hispaniae, Espanna, Espaigna, Espanya, Espanha, etc., denominación del conjunto del territorio y población de la Península Ibérica al margen de su división política en reinos, es frecuente -aunque no exclusiva- en los textos europeos de los siglos XI-XIII. De esta época son los conceptos .V. regemes d'Espanha del citado PEIRE GUILHEM DE TOLOSA (Martín Alvira Cabrer, historiador y medievalista).

En la Chanson de la croisade des Albigeois (1216), al referirse al viaje que tiene que hacer Jaime I de Aragon desde Francia a la Península para encontrar al conde Raimundo, dice:

EU m’en vau en Espanha e vos tuit remandretz

et en la vostra garda demanda Raimundetz

Sehner, ditz le com joves,, por freitz en Espanha iretz…”

Otro testimonio de la época, este interior: al finalizar el 2º Concilio de Lyon (1274), sin haber logrado que se votara afirmativamente por el cónclave la financiación de un nueva cruzada que proponía Jaime I, le dijo a su séquito en la despedida: 

"Barones, ya podemos irnos, que hoy ha quedado honrada toda España".

Podemos afirmar que la Patria España no se ha perdido pero no tiene el soporte de una Nación y sus vínculos (jurídicos, históricos y afectivos) se han debilitado, así como la identidad nacional ahora fraccionada en reinos.

Como en historia el cambio es lo único que permanece estable, pronto todo cambia…

21/04/2025


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