
Historia
En esta página voy a exponer hechos históricos contados por sus propios protagonistas o contemporáneos, así como testimonios de españoles ilustres y reseñas de españoles heróicos. Anque sé que los lectores conocen la historia, sería interesante que después de leer el hecho que se expone se repasara el contexto histórico en el que se inscribe.
FUEROS DEL REINO DE LEÓN: fragmento de DECRETA DEL REY ALFONSO (V) Y DE LA REINA ELVIRA de 1017.
Esto va dirigido a todos aquellos españoles que se sienten cohibidos cuando no avergonzados de nuestra Historia porque, no conociéndola sino a través de medios españoles que recogen y divulgan infundios cocinados en países enemigos de España, crédulamente, los dan por ciertos. Aquí presento un decreto de los primeros constitutivos de los fueros de León, cuando ya esta ciudad y su alfoz llevaba cien años de capital del Reino y a mil ocho de nuestro días, en el que puede apreciarse la rigurosidad del Rey legislador. Comienza así:
….. En presencia del rey don Alfonso y de su mujer la reina Elvira nos reunimos en León, en la propia sede de la beata María, todos los obispos, abades y próceres del reino de España y, por mandato del mismo rey estos [...] decretos decretamos para que se tengan firmes en los tiempos futuros…..
I
En primer lugar, pues, establecemos que en todos los concilios que se celebren en adelante las causas de la iglesia sean juzgadas en primer lugar y que una vez hecho el juicio se ejecute sin falsedad.
...XX
Y el que prendara a otro sin haber reclamado primero a su señor, devuelva sin juicio el doble de cuanto hubiese prendado; y, si antes de hacer la querella, prendara a alguien y algo de la prenda matase, devuelva sin más el duplo sin necesidad de juicio; y si fuese hecha querella de sospecha ante los jueces, aquel de quien se tuviera sospecha defiéndase por juramento y por agua caldaria por mano de hombres buenos; y si la querella fuese cierta y no por sospecha, inquieran sobre ella hombres veraces; y si no pudiesen encontrar verdadera información, prepárense testimonios de una y otra parte a tales hombres que lo vieron y oyeron, y el que fuera convicto pague según costumbre de la tierra aquello por lo que fue hecha la querella; pero si fuese probado haber testificado en falso algún testigo,entregue al rey sesenta sueldos por la falsedad, y a quien presentó falso testimonio devuelva íntegro todo lo que perdió por su testimonio y las casas del falso testigo sean destruidas hasta los cimientos, y además por nadie sea recibido en testimonio.
XXI
Constituimos también que la ciudad de León, que fue despoblada por los sarracenos en los días de mi padre el rey Bermudo, se repueble por estos fueros sub-escritos y que nunca, a perpetuidad, sean violentados estos fueros. Mandamos, pues, que ningún iunior, tonelero, albendario [el que usa la bielda (instrumento agrícola); o bien el que lleva la bandera o estandarte] que venga a morar a León no sea extraído de allí.
XXII
Prescribimos también que el siervo incógnito no sea igualmente extraído de allí ni sea dado a alguien.
XXIII
Pero el siervo que por hombres veraces fuera probado siervo, tanto de cristianos como de agarenos, sin ninguna contestación sea dado a su dueño.
XXIIII
El clérigo o el laico no dé a ningún hombre rapto, fonsadera o mañería [gabela que compensa el antiguo derecho de reversión del señor del colono que moría sin hijos (mañero)].
XXV
Si alguien hiciera homicidio y pudiera huir de la ciudad o de su casa y no fuera capturado antes del día noveno, vuelva seguro a su casa y guárdese de sus enemigos y no pague al sayón o a algún otro hombre por el homicidio que hizo. Pero si fuera capturado dentro de los nueve días y tuviera con qué pagar íntegro el homicidio, páguelo; y si no tuviera con qué pagar, tome el sayón o su señor la mitad de su haber mueble, y la otra mitad quede para su mujer, hijos o allegados , con las casas y toda la heredad.
XXVI
El que tuviera casa en solar ajeno y no tuviera caballo o asno, una vez al año dé al dueño del suelo diez panes de trigo, media cañadilla de vino y un buen lomo y tenga el señor que quisiera y no venda su casa ni disponga su labor por coacción. Pero si quisiera vender voluntariamente su casa, dos cristianos y dos judíos aprecien su labor y si el señor del suelo quisiera dar el precio tasado, que lo dé y su alboroque; y si no quisiera, venda el dueño de la labor su labor a quien quisiese.
XXVII
Pero si un caballero en León tuviera casa en solar de otro, vaya dos veces al año a la junta con el señor del suelo; así digo, que pueda regresar a su casa en el mismo día y tenga el señor que quisiera, y haga de su casa así como arriba está escrito y no dé nuncio a ningún señor.
XXVIII
Mas quien no tuviera caballo y tuviera asnos, dé dos veces al año sus asnos al dueño del solar, con tal de que pueda regresar a su casa el mismo día, y el dueño del solar dé sustento a él y a sus asnos; y tenga el señor que quisiera y haga de su casa así como está escrito arriba.
XXVIIII
Todo hombre [de los] habitantes en los términos abajo escritos, por Santa Marta, por Quintanillas de Vía de Cea, por Cien Fuentes, por Villa Áurea, por Villa Feliz y por las Milleras, y por Cascantes, por Villavelite, y por Villar de Mazarife, y por Valle de Ardón y por San Julián, por causa de las contiendas que tuvieran con los leoneses, vengan a León a recibir y hacer juicio, y en tiempo de combate y guerra vengan a León para vigilar los muros de la ciudad y a restaurarlos, como ciudadanos de León, y no den portazgo de todas las cosas que allí vendieren.
XXX
Todos los habitantes de dentro y de fuera de los muros de la predicha urbe tengan y usen siempre un mismo fuero, y vengan en el primer día de Cuaresma al cabildo de Santa María de Regla y establezcan las medidas de pan, vino y carne y el precio de las labores, de forma que toda la ciudad tenga justicia en aquel año; y si alguien infringiese este precepto dé al merino (administrador o mayordomo del señor; oficial público en los distritos del reino con funciones económicas, fiscales y judiciales) del rey cinco sueldos de la moneda regia.
XXXI
Todos los vinateros allí moradores den sus asnos dos veces al año al merino del rey de forma que puedan regresar a sus casas el mismo día y den a ellos y a sus asnos comida abundante; y por cada año los mismos vinateros den una vez al año seis sueldos al merino del rey.
XXXII
Si alguien menguase la medida del pan y del vino pague cinco sueldos al merino del rey.
XXXIII
Quienquiera que llevase su grano al mercado y hubiera hurtado las maquilas del rey, páguelas el doble.
XXXIIII
Todo morador de la ciudad venda su grano en su casa por recta medida sin caloña.
XXXV
Las panaderas que falsearan el peso del pan sean flageladas la primera vez; pero en la segunda paguen cinco sueldos al merino del rey.
XXXVI
Todos los carniceros con consentimiento del concejo vendan al peso carne de cerdo, cabra, carnero y vaca y den una comida al concejo y a los zabazoques.
XXXVII
Si alguno hiriera a alguien y el herido diera voz al sayón del rey, el que hizo la herida pague al sayón una cañadilla de vino y se componga con el herido; y si no diera voz al sayón nada le pague, pero compóngase solo con el herido.
XXXVIII
Ninguna mujer sea llevada contra su voluntad a hacer el pan del rey, a no ser que sea sierva suya. XXXVIIII
Al huerto de algún hombre no vaya merino o sayón contra la voluntad del dueño del huerto para sacar algo de allí, a no ser que fuera siervo del rey.
XL
Quien no fuera vinatero por fuero venda su vino en su casa como quisiera, por medida verdadera, y de allí nada tenga el sayón del rey.
XLI
El hombre que habita en León y dentro de los términos predichos no dé fiador por ninguna caloña sino en cinco sueldos en moneda de la urbe y haga juramento y (ordalía de) agua caliente por mano de buenos sacerdotes, o averiguación por verídicos averiguadores, si placiera a ambas partes; pero si el acusado fuera de haber hecho ya hurto u homicidio por traición u otra denuncia, y fuera convicto de ella, el que tal fuera encontrado defiéndase por juramento y lid con armas.
XLII
Y mandamos que el merino o sayón, o el dueño del solar ni algún señor, no entren en la casa de algún hombre morador en León por caloña alguna, ni arranque las puertas de su casa.
XLIII
La mujer en León no sea apresada, ni juzgada ni sometida a fianza ausente su marido.
XLIIII
Las panaderas den sendos dineros de plata al sayón del rey cada semana.
XLV
Todos los vendedores de comestibles de León den al sayón por un año en tiempo de vendimia sendos odres buenos y sendos arreldes [libras] de sebo.
XLVI
El pescado de mar y de río y las carnes que se traen a León para venderlas no sean tomadas por fuerza en algún lugar por el sayón ni ningún hombre; y quien lo hiciera por fuerza pague al concejo cinco sueldos y el concejo dele cien azotes en camisa llevándole por la plaza de la ciudad con una soga al cuello; y así de todas las restantes cosas que vinieran a venderse a León.
XLVII
Quien perturbara el mercado público que de antiguo se celebra los miércoles con armas desnudas, esto es, espadas y lanzas, pague sesenta sueldos de la moneda de la urbe al sayón del rey.
….
TÍTULOS I Y II DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA. PROMULGADA EN CÁDIZ A 19 DE MARZO DE 1812
Don Fernando VII, por la gracia de Dios y la Constitución de la Monarquía española, Rey de las Españas, y en su ausencia y cautividad la Regencia del Reino, nombrada por las Cortes generales y extraordinarias, a todos los que las presentes vieren y entendieren, sabed: Que las mismas Cortes han decretado y sancionado la siguiente: CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LA MONARQUÍA ESPAÑOLA En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad.
Las Cortes generales y extraordinarias de la Nación española, bien convencidas, después del más detenido examen y madura deliberación, de que las antiguas leyes fundamentales de esta Monarquía, acompañadas de las oportunas providencias y precauciones, que aseguren de un modo estable y permanente su entero cumplimiento, podrán llenar debidamente el grande objeto de promover la gloria, la prosperidad y el bien de toda la Nación, decretan la siguiente Constitución política para el buen gobierno y recta administración del Estado.
TÍTULO PRIMERO DE LA NACIÓN ESPAÑOLA Y DE LOS ESPAÑOLES
CAPÍTULO PRIMERO De la Nación española.
Art. 1º. La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios.
Art. 2º. La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona.
Art. 3º. La soberanía reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales.
Art. 4º. La Nación está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen.
CAPÍTULO II De los españoles.
Art. 5º. Son españoles: Primero. Todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas, y los hijos de éstos. Segundo. Los extranjeros que hayan obtenido de las Cortes cartas de naturaleza. Tercero. Los que sin ella lleven diez años de vecindad, ganada según la ley en cualquier pueblo de la Monarquía. Cuarto. Los libertos desde que adquieran la libertad en las Españas.
Art. 6º. El amor de la Patria es una de las principales obligaciones de todos los españoles, y asimismo el ser justos y benéficos.
Art. 7º. Todo español está obligado a ser fiel a la Constitución, obedecer las leyes y respetar las autoridades establecidas.
Art. 8º. También está obligado todo español, sin distinción alguna, a contribuir en proporción de sus haberes para los gastos del Estado.
Art. 9º. Está asimismo obligado todo español a defender la Patria con las armas cuando sea llamado por la ley.
TÍTULO II DEL TERRITORIO DE LAS ESPAÑAS, SU RELIGIÓN Y GOBIERNO, Y DE LOS CIUDADANOS ESPAÑOLES
CAPÍTULO PRIMERO Del territorio de las Españas
Art. 10. El territorio español comprende en la Península con sus posesiones e islas adyacentes, Aragón, Asturias, Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Cataluña, Córdoba, Extremadura, Galicia, Granada, Jaén, León, Molina, Murcia, Navarra, Provincias Vascongadas, Sevilla y Valencia, las islas Baleares y las Canarias con las demás posesiones de África
En la América septentrional, Nueva España, con la Nueva Galicia y Península de Yucatán, Guatemala, provincias internas de Oriente, provincias internas de Occidente, isla de Cuba con las dos Floridas, la parte española de la isla de Santo Domingo, y la isla de Puerto Rico con las demás adyacentes a éstas y al continente en uno y otro mar. En la América meridional, la Nueva Granada, Venezuela, el Perú, Chile, provincias del Río de la Plata, y todas las islas adyacentes en el mar Pacífico y en el Atlántico. En el Asia, las islas Filipinas, y las que dependen de su gobierno.
Art. 11.Se hará una división más conveniente del territorio español por una ley constitucional, luego que las circunstancias políticas de la Nación lo permitan.
CAPÍTULO II De la religión.
Art. 12. La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra.
CAPÍTULO III Del Gobierno.
Art. 13. El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen.
Art. 14. El Gobierno de la Nación española es una Monarquía moderada hereditaria.
Art. 15. La potestad de hacer las leyes reside en las Cortes con el Rey.
Art. 16. La potestad de hacer ejecutar las leyes reside en el Rey.
Art. 17. La potestad de aplicar las leyes en las causas civiles y criminales reside en los Tribunales establecidos por la ley.
CAPÍTULO IV De los ciudadanos españoles
Art. 18. Son ciudadanos aquellos españoles que por ambas líneas traen su origen de los dominios españoles de ambos hemisferios, y están, avecindados en cualquier pueblo de los mismos dominios.
Art. 19. Es también ciudadano el extranjero que gozando ya de los derechos del español, obtuviere de las Cortes carta especial de ciudadano.
Art. 20. Para que el extranjero pueda obtener de las Cortes esta carta, deberá estar casado con española, y haber traído o fijado en las Españas alguna invención o industria apreciable, o adquirido bienes raíces por los que pague una contribución directa, o estableciéndose en el comercio con un capital propio o considerable a juicio de las mismas Cortes, o hecho servicios señalados en bien y defensa de la Nación.
Art. 21. Son asimismo ciudadanos los hijos legítimos de los extranjeros domiciliados en las Españas, que habiendo nacido en los dominios españoles, no hayan salido nunca fuera sin licencia del Gobierno, y teniendo veintiún años cumplidos, se hayan avecindado en un pueblo de los mismos dominios, ejerciendo en él alguna profesión, oficio o industria útil.
Art. 22. A los españoles que por cualquiera línea son habidos y reputados por originarios del África, les queda abierta la puerta de la virtud y del merecimiento para ser ciudadanos: en su consecuencia, las Cortes concederán carta de ciudadano a los que hicieren servicios calificados a la Patria, o a los que se distingan por su talento, aplicación y conducta, con la condición de que sean hijos de legítimo matrimonio de padres ingenuos; de que estén casados con mujer ingenua, y avecindados en los dominios de las Españas, y de que ejerzan alguna profesión, oficio o industria útil con un capital propio.
Art. 23. Sólo los que sean ciudadanos podrán obtener empleos municipales, y elegir para ellos en los casos señalados por la ley.
Art. 24. La calidad del ciudadano español se pierde: Primero. Por adquirir naturaleza en país extranjero. Segundo. Por admitir empleo de otro Gobierno. Tercero. Por sentencia en que se impongan penas aflictivas o infamantes, si no se obtiene rehabilitación. Cuarto. Por haber residido cinco años consecutivos fuera del territorio español sin comisión o licencia del Gobierno.
Art. 25. El ejercicio de los mismos derechos se suspende: Primero. En virtud de interdicción judicial por incapacidad física o moral. Segundo. Por el estado de deudor quebrado, o de deudor a los caudales públicos. Tercero. Por el estado de sirviente doméstico. Cuarto. Por no tener empleo, oficio, o modo de vivir conocido. Quinto. Por hallarse procesado criminalmente. Sexto. Desde el año de 1830 deberán saber leer y escribir los que de nuevo entren en el ejercicio de los derechos de ciudadano.
Art. 26. Sólo por las causas señaladas en los dos artículos precedentes se pueden perder o suspender los derechos de ciudadano, y no por otras.
( SI QUIERE VERSE COMPLETA ENTRAR EN LA BIBLIOTECA DEL CONGRESO)
EL DISCURSO DE LAS ARMAS Y LAS LETRAS
Miguel de Cervantes
Que trata del curioso discurso que hizo don Quijote de las armas y las letras
Prosiguiendo don Quijote, dijo::
Pues comenzamos en el estudiante por la pobreza y sus partes, veamos si es más rico el soldado. Y veremos que no hay ninguno más pobre en la misma pobreza, porque está atenido a la miseria de su paga, que viene o tarde o nunca, o a lo que garbeare por sus manos, con notable peligro de su vida y de su conciencia. Y a veces suele ser su desnudez tanta, que un coleto acuchillado le sirve de gala y de camisa, y en la mitad del invierno se suele reparar de las inclemencias del cielo, estando en la campaña rasa, con sólo el aliento de su boca, que, como sale de lugar vacío, tengo por averiguado que debe de salir frío, contra toda naturaleza. Pues esperad que espere que llegue la noche, para restaurarse de todas estas incomodidades en la cama que le aguarda, la cual, si no es por su culpa, jamás pecará de estrecha; que bien puede medir en la tierra los pies que quisiere, y revolverse en ella a su sabor, sin temor que se le encojan las sábanas. Lléguese, pues, a todo esto, el día y la hora de recebir el grado de su ejercicio: lléguese un día de batalla; que allí le pondrán la borla en la cabeza, hecha de hilas, para curarle algún balazo, que quizá le habrá pasado las sienes, o le dejará estropeado de brazo o pierna. Y cuando esto no suceda, sino que el cielo piadoso le guarde y conserve sano y vivo, podrá ser que se quede en la mesma pobreza que antes estaba, y que sea menester que suceda uno y otro rencuentro, una y otra batalla, y que de todas salga vencedor, para medrar en algo; pero estos milagros vense raras veces. Pero, decidme, señores, si habéis mirado en ello: ¿cuán menos son los premiados por la guerra que los que han perecido en ella? Sin duda, habéis de responder, que no tienen comparación, ni se pueden reducir a cuenta los muertos, y que se podrán contar los premiados vivos con tres letras de guarismo. Todo esto es al revés en los letrados; porque de faldas, que no quiero decir de mangas, todos tienen en qué entretenerse; así que, aunque es mayor el trabajo del soldado, es mucho menor el premio. Pero a esto se puede responder que es más fácil premiar a dos mil letrados que a treinta mil soldados, porque a aquéllos se premian con darles oficios que por fuerza se han de dar a los de su profesión, y a éstos no se pueden premiar sino con la mesma hacienda del señor a quien sirven; y esta imposibilidad fortifica más la razón que tengo. Pero dejemos esto aparte, que es laberinto de muy dificultosa salida, sino volvamos a la preeminencia de las armas contra las letras materia que hasta ahora está por averiguar, según son las razones que cada una de su parte alega; y entre las que he dicho, dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de cosarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra el tiempo que dura y tiene licencia de usar de sus previlegios y de sus fuerzas. Y es razón averiguada que aquello que más cuesta se estima y debe de estimar en más. Alcanzar alguno a ser eminente en letras le cuesta tiempo, vigilias, hambre, desnudez, váguidos de cabeza, indigestiones de estómago, y otras cosas a éstas adherentes, que, en parte, ya las tengo referidas; mas llegar uno por sus términos a ser buen soldado le cuesta todo lo que a el estudiante en tanto mayor grado, que no tiene comparación, porque a cada paso está a pique de perder la vida. Y ¿qué temor de necesidad y pobreza puede llegar ni fatigar al estudiante, que llegue al que tiene un soldado, que, hallándose cercado en alguna fuerza, y estando de posta o guarda en algún rebellín o caballero, siente que los enemigos están minando hacia la parte donde él está, y no puede apartarse de allí por ningún caso, ni huir el peligro que de tan cerca le amenaza? Sólo lo que puede hacer es dar noticia a su capitán de lo que pasa, para que lo remedie con alguna contramina, y él estarse quedo, temiendo y esperando cuándo improvisamente ha de subir a las nubes sin alas, y bajar al profundo sin su voluntad. Y si éste parece pequeño peligro, veamos si le iguala o hace ventaja el de embestirse dos galeras por las proas en mitad del mar espacioso, las cuales enclavijadas y trabadas, no le queda al soldado más espacio del que concede dos pies de tabla del espolón; y, con todo esto, viendo que tiene delante de sí tantos ministros de la muerte que le amenazan cuantos cañones de artillería se asestan de la parte contraria, que no distan de su cuerpo una lanza, y viendo que al primer descuido de los pies iría a visitar los profundos senos de Neptuno, y, con todo esto, con intrépido corazón, llevado de la honra que le incita, se pone a ser blanco de tanta arcabucería, y procura pasar por tan estrecho paso al bajel contrario. Y lo que más es de admirar: que apenas uno ha caído donde no se podrá levantar hasta la fin del mundo, cuando otro ocupa su mesmo lugar; y si éste también cae en el mar, que como a enemigo le aguarda, otro y otro le sucede, sin dar tiempo, al tiempo de sus muertes: valentía y atrevimiento el mayor que se puede hallar en todos los trances de la guerra. Bien hayan aquellos benditos siglos que carecieron de la espantable furia de aquestos endemoniados instrumentos de la artillería, a cuyo inventor tengo para mí que en el infierno se le está dando el premio de su diabólica invención, con la cual dio causa que un infame y cobarde brazo quite la vida a un valeroso caballero, y que, sin saber cómo o por dónde, en la mitad del coraje y brío que enciende y anima a los valientes pechos, llega una desmandada bala (disparada de quien quizá huyó y se espantó del resplandor que hizo el fuego al disparar de la maldita máquina), y corta y acaba en un instante los pensamientos y vida de quien la merecía gozar luengos siglos. Y así, considerando esto, estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero andante en edad tan detestable como es esta en que ahora vivimos; porque aunque a mí ningún peligro me pone miedo, todavía me pone recelo pensar si la pólvora y el estaño me han de quitar la ocasión de hacerme famoso y conocido por el valor de mi brazo y filos de mi espada, por todo lo descubierto de la tierra. Pero haga el cielo lo que fuere servido; que tanto seré más estimado, si salgo con lo que pretendo, cuanto a mayores peligros me he puesto que se pusieron los caballeros andantes de los pasados siglos.
24/04/2025

CRÓNICA DE ALFONSO III (900 d.C.)
Parte correspondiente a Pelayo:
“Largos años gimió en la opresión la patria de los árabes, y estos hubieron de pagar sus tributos por medio de sus caudillos al rey de Babilonia, hasta tanto que se eligieron un rey y afirmaron su trono en Córdoba, ciudad patricia. Los godos sucumbieran, unos al filo de la espada y otros a los impulsos del hambre. Sin embargo, algunos de regia estirpe se salvaron, dirigiéndose a Francia, y otros, la mayor parte, penetraron en el país de los astures, y eligieron por su príncipe a Pelagio, hijo del duque Favila y de sangre real. Mas tan pronto tuvieron de esto noticia los sarracenos, enviaron a Asturias un ejército innumerable, bajo el mando del duque Alkaman, que invadiera a España con Tarik, y de Oppas, obispo metropolitano de la sede hispalense, hijo del rey Witizano, por cuya traición perecieran los godos. 9.—Instruido Pelagio de su venida, se refugió en una caverna del monte Auseba, que tiene por nombre cueva de Santa María; en el instante vióse rodeado del ejército, y acercándosele el obispo Oppas, le habló así: «No puedes ignorar, hermano, de qué modo se constituyó toda la España bajo el dominio de los godos, y si reunido todo su ejército no alcanzó a resistir el ímpetu de los ismaelitas, ¿cómo podrás tú solo defenderte en esta cueva? Escucha mis consejos y desiste de tu empeño, para que consigas muchos bienes, y en la paz que te concedan los árabes, logres gozar de los tuyos.» A esto dijo Pelagio: «Ni tendré amistad con los árabes, ni me sujetaré a su imperio; tú no sabes que la Iglesia del Señor se compara a la luna, que aunque disminuye su forma, recobra al punto su primitiva grandeza. Tenemos confianza en la misericordia de Dios, que hará salir de este montecillo que tienes a la vista, la salud de Hispania y la restauración del ejército de los godos, para que se cumplan en nosotros aquellas palabras del profeta: Con la vara castigaré sus iniquidades, y con los azotes sus pecados, mas no apartaré de ellos mi misericordia. Así, aunque por hacer méritos, acatamos de esta sentencia el sentido más severo; esperamos en la misericordia del Señor la restauración de su iglesia y de su pueblo y la ventura del reino; por lo que despreciamos esta muchedumbre de paganos y jamás nos mezclaremos con ellos». Entonces, el nefando obispo, volviéndose a su ejército, dijo: «Apresuraos y pelead, porque jamás tendréis con él alianza, hasta que le castiguéis con la espada.» Apréstanse entonces las máquinas de guerra, prepáranse las hondas, resplandecen las espadas, enrístranse las lanzas y dispáranse saetas sin cesar; mas entonces no faltaron las grandes señales del Señor, pues como los honderos arrojasen piedras contra la casa de la Santa y siempre Virgen María, se volvían con violencia contra ellos, y despedazaban a los caldeos, porque el Señor no cuenta el número de lanzas, y concede a quien quiere la palma de la victoria. Salieron los fieles a pelear fuera de la cueva, y en el instante huyeron los caldeos divididos en dos grupos; el obispo Oppas fue preso, y Alkaman muerto: en el en el mismo lugar perecieron también 124.000 caldeos, los 63.000 que restaban treparon a la cumbre del monte Auseba y bajaron precipitadamente por la rápida declive del monte que comunmente se llama Amosa. y se dirigieron al territorio de los liebanenses. Mas no lograron escapar a la venganza del Señor, porque caminando por la cima del monte que está situado sobre la orilla del rio Deba, cerca del campo llamado Casegadia, se cumplieron evidentemente los altos juicios de Dios, pues el mismo monte, conmoviéndose en sus cimientos, arrojó al río con grande estruendo a los 63.000 caldeos y quedaron todos sepultados: aun en el día de hoy, cuando el mismo río, en tiempo de ínvierno, llena su cauce y deshace sus riberas, se manifiestan evidentísimamente pedazos de armas y los huesos de aquellos. No juzguéis este milagro como inútil o fabuloso, y recordad que aquel que sumergió en el mar Rojo a los egipcios que perseguían a Israel, es el mismo que sepultó bajo la inmensa mole de la montaña a los árabes que perseguían la Iglesia del Señor. Por este mismo tiempo había en esta región de Asturias, en la ciudad de Gijón, un prepósito de los caldeos, que tenia por nombre Munuza, que fue uno de los cuatro capitanes que primero invadieran las Hispanias. Tan luego llegó a saber la matanza del ejército, abandonó la ciudad y se puso en fuga, mas persiguiéndole los astures, le alcanzaron en el lugar Olaliense y le acuchillaron con todo su ejército, de tal manera que ni uno solo de los caldeos quedó aquende de los puertos del Pirineo. Entonces se reúnen las huestes de los fieles, se reedifican los pueblos, se restauran las iglesias, y todos reunidos dan gracias al Altísimo, diciendo: «Sea bendito el nombre del Señor, que conforta a los que creen en él, y aniquila a los réprobos». Pelagio, después de diecinueve años de reinado, murió naturalmente, y fue sepultado con su esposa la reina Gaudiosa en el territorio de Cangas, iglesia de Santa Eulalia de Velano. Era 775 [737].
27/04/2025

MAS LEYES DE INDIAS III (sobre el trabajo de los Indios)
Dedicado a esa cantidad de compatriotas que se creen a pie juntillas las barbaridades de la Leyenda Negra sobre la conquista y colonización de América por España. Busquen en los archivos que quieran para comprobar si hay algún país colonizador en Europa con una ley, no del siglo XVI como esta, sino del XIX, tan avanzada en el trato humano a los indígenas.
Promulgadas por Felipe II en Monzón a 2 de Diciembre de 1563.
Ley iij: Que los Indios se pague el tiempo que trabajaren, con ida y vuelta, y vayan de diez leguas.
A los indios que se alquilaren para labores del campo, y edificación de pueblos, y otras cosas necesarias a la República, se les ha de pagar el jornal, que fuere justo, por el tiempo que trabajaren, y mas la ida y vuelta, hasta llegar a sus casas, los quales puedan ir, y vayan de diez leguas de distancia y no mas.
Ley iiij: Que los indios puedan trabajar en obras voluntariamente, y sean pagados en efecto.
Si los Indios quisieren trabajar en edificios, no se les prohiba, págueseles por su trabajo lo que justamente merecieren, no e consienta que reciban vaxación, si de su voluntad no acudieren a las obras, y sean pagados realmente, y con efecto, en que no haya fraude.
Promulgada por el Emperador Don Carlos en Toledo a 4 de Diciembre de1528
Ley vj: Que los indios no puedan ser cargados contra su voluntad, ni de su grado.
No se puede cargar a los Indios con ningún género de cargas, que lleven a cuestas, pública, ni secretamente, por ninguna persona, de cualquier estado,calidad, o condición Eclesiástica, ni Secular, en ningún caso, parte, ni lugar, aunque sea con voluntad de los Indiios o facultad o mandato de Cacique, con paga ni sin paga, ni ni con licencia de los Virreyes, Audiencias o Gobernadores, a los quales mandamos que no la den, ni permitan, ni disimulen, pena de suspensión de oficio por cuatro años precisos, y mil pesos, en que condenamos al que cargare a Los Indios.
12/02/2025

Españoles ilustres y heroicos
HERNÁN CORTES VISTO POR EL FRAILE MONTOLINA
Hernán Cortés es uno de los grandes protagonistas de la historia universal en los que se ha cebado la leyenda negra con la complicidad de no pocos españoles. Por su importancia voy a escribir varios relatos sobre el mismo que lo conocieron pesonalmente. Comienzo por el un personaje extraordinario.
Fray Toribio de Benavente, alias “Motolina”, fue un franciscano que, en unión de otros once, llegó de España a los tres años de la conquista a Méjico (1524). “Motolina” fue el nombre que en lengua nativa le pusieron conmiserativamente los indígenas por su pobreza extrema. Su apostolado que duró 45 años se caracterizó por su amor y defensa del indio, hasta el punto que en sus últimos años estuvo en la clandestinidad al ser perseguido por las Autoridades por negarse a que los indios pagaran tributo. Fue un misionero cuyo principal objetivo era la catequización de los indígenas. Para ello viajó por todo Méjico mezclándose con las diferentes tribus de las que conoció su idioma y cultura. Hombre muy culto escribió numerosas obras sobre la historia de la conquista y colonización y tradujo numerosas obras indígenas. El fragmento de la carta que vamos a exponer fue escrita al emperador Carlos V en 1555, refutando lo escrito contra Hernán Cortés (murió en 1547) por el dominico Bartolomé de las Casas, hombre controvertido, resentido, hiperbólico y endiosado que nunca presenció nada de lo que cuenta de la maldad de los españoles con el indio, todo eran noticias interesadas que le llegaban. No se mezcló con los indígenas para predicarles, ni conoció su idioma y cultura. Renunció a su cargo de obispo de Chiapas porque su enorme ambición le llevaba a desear ser procurador en la corte como defensor del indio. Por cierto, era partidario de la esclavitud de los negros, aunque años más tarde se arrepintió. A continuación el fragmento de la carta citada:
“..Y algunos que murmuraron del Marqués del Valle - Cortés-_, que Dios tiene, y quieren ennegrecer y escurecer sus obras, yo creo que delante de Dios no son sus obras tan acetas como lo fueron las del Marqués. Aunque como hombre, fuese pecador, tenía fe y obras de buen cristiano y muy gran deseo de emplear la vida y hacienda por ampliar y aumentar la fe de Jesucristo, y morir por la conversión de estos gentiles. Y en esto hablaba con mucho espíritu, como aquel a quien Dios había dado este don y deseo y le había puesto por singular capitán de esta tierra de Occidente. Confesábase con muchas lágrimas y comulgaba devotamente, y ponía a su ánima y hacienda en mano del confesor para que mandase y dispusiese de ella todo lo que convenía a su conciencia. Y así, buscó en España muy grandes confesores y letrados con los cuales ordenó su ánima e hizo grandes restituciones y largas limosnas. Y Dios le visitó con grandes aflicciones, trabajos y enfermedades para purgar sus culpas y alimpiar su ánima. Y creo que es hijo de salvación y que tiene mayor corona que otros que lo menosprecian. Desde que entró en esta Nueva España trabajó mucho de dar a entender a los indios el conocimiento de un Dios verdadero y de les hacer predicar el Santo Evangelio. Y les decía cómo era mensajero de V.M. en la conquista de México. Y mientras en esta tierra anduvo, cada día trabajaba de oír misa, ayunaba los ayunos de la Iglesia y otros días por devoción. Deparóle Dios en esta tierra dos intérpretes, un español que se llamaba Aguilar y una india que se llamó Doña Marina.
Con éstos predicaba a los indios y les daba a entender quién era Dios y quién eran sus ídolos. Y así, destruía los ídolos y cuanta idolatría podía. Trabajó de decir verdad y de ser hombre de su palabra, lo Cual aprovechó mucho con los indios. Traía por bandera una cruz colorada en campo negro, en medio de unos fuegos azules y blancos, y la letra decía: "amigos, sigamos la cruz de Cristo, que si en nos hubiere fe, en esta señal venceremos". 46 Doquiera que llegaba, luego levantaba la cruz. Cosa fue maravillosa, el esfuerzo y ánimo y prudencia que Dios le dio en todas las cosas que en esta tierra aprendió, y muy de notar es la osadía y fuerzas que Dios le dio para destruir y derribar los ídolos prencipales de México, que eran unas estatuas de quince pies en alto. Y armado de mucho peso de armas, tomó una barra de hierro y se levantaba tan alto hasta llegar a dar en los ojos y en la cabeza de los ídolos. Y estando para derriballos, envióle a decir el gran señor de México Moteczuma que no se atreviese a tocar a sus dioses, porque a él y a todos los cristianos mataría luego. Entonces el capitán se volvió a sus compañeros con mucho espíritu y, medio llorando, les dijo: "hermanos, de cuanto hacemos por nuestras vidas e intereses, agora muramos aquí por la honra de Dios y porque los demonios no sean adorados". Y respondió a los mensajeros, que deseaba poner la vida, y que no cesaría de lo comenzado, y que viniesen luego. Y no siendo con el gobernador sino 130 cristianos y los indios eran sinnúmero, así los atemorizó Dios y el ánimo que vieron en su capitán, que no se osaron menear. Destruidos los ídolos, puso allí la imagen de Nuestra Señora.... Siempre que el capitán tenía lugar, después de haber dado a los indios noticia de Dios, les decía que lo tuviesen por amigo, como a mensajero de un gran Rey y en cuyo nombre venía; y que de su parte les prometía serían amados y bien tratados, porque era grande amigo del Dios que les predicaba. ¿Quién así amó y defendió los indios en este mundo nuevo como Cortés? Amonestaba y rogaba muchos a sus compañeros que no tocasen a los indios ni a sus cosas, y estando toda la tierra llena de maizales, apenas había español que osase coger una mazorca. Y porque un español llamado Juan Polanco, cerca del puerto, entró en casa de un indio y tomó cierta ropa, le mandó dar cien azotes.
Y a otro llamado Mora, porque tomó una gallina a indios de paz, le mandó ahorcar, y si Pedro de Alvarado no le cortase la soga, allí quedara y acabara su vida. Dos negros suyos, que no tenían cosa de más valor, porque tomaron a unos indios dos mantas y una gallina, los mandó ahorcar. Otro español, porque desgajó un árbol de fruta y los indios se le quejaron, le mandó afrentar. 49 No quería que nadie tocase a los indios ni los cargase, so pena de cada vez cuarenta pesos. Y el día que yo desembarqué, viniendo del Puerto para Medellín, cerca de donde agora está la Veracruz, como viniésemos por un arenal y en tierra caliente y el sol que ardía --había hasta el pueblo tres leguas--, rogué a un español que consigo llevaba dos indios, que el uno me llevase el manto, y no lo osó hacer afirmando que le llevarían cuarenta pesos de pena. Y así, me traje el manto a cuestas todo el camino. 50 Donde no podía excusar guerra, rogaba Cortés a sus compañeros que se defendiesen cuanto buenamente pudiesen sin ofender; y que cuando más no pudiesen, decía que era mejor herir que matar, y que más temor ponía ir un indio herido, que quedar dos muertos en el campo. 51 Siempre tuvo el Marqués en esta tierra émulos e contrarios, que trabajaron por escurecer los servicios que a Dios y a V.M. hizo. Y allá no faltaron. Que si por éstos no fuera, bien sé que V.M. siempre le tuvo especial afición y amor, y a sus compañeros. Por este capitán nos abrió Dios la puerta para predicar su Santo Evangelio, y éste puso a los indios que tuviesen reverencia a los santos sacramentos, y a los ministros de la Iglesia en acatamiento. Por esto, me he alargado, ya que es difunto, para defender en algo su vida. La gracia del Espíritu Santo more siempre en el ánimas de V.M. Amén. De Tlaxcala, 2 de enero de 1555 años. Humilde siervo y mínimo capellán de V.M. Motolinia, Fr. Toribio.
BANDO DEL ALCALDE DE MÓSTOLES (dos de mayo de 1808)
Señores justicias de los pueblos a quienes se presentare este oficio, de mi el alcalde ordinario de la villa de Móstoles.
Es notorio que los franceses apostados en las cercanías de Madrid, y dentro de la Corte, han tomado la ofensa sobre este pueblo capital y las tropas españolas; por manera que en Madrid está corriendo a estas horas mucha sangre. Somos españoles y es necesario que muramos por el rey y por la patria, armándonos contra unos pérfidos que, so color de amistad y alianza, nos quieren imponer un pesado yugo, después de haberse apoderado de la augusta persona del rey. Procedan vuestras mercedes, pues, a tomar las más activas providencias para escarmentar tal perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos, y alistándonos, pues no hay fuerza que prevalezca contra quien es leal y valiente, como los españoles lo son. Dios guarde a vuestras mercedes muchos años.
Mostoles, dos de mayo de mil ochocientos y ocho.
Andrés Torrejón
Simón Hernández

CARTA DE HACE DOS MIL AÑOS
De:
Marco Flaminio Centurión de la segunda cohorte de la Legión Augusdta
A:
Su primo Tertulio
“Nos dijeron, cuando salimos de nuestra tierra natal, que íbamos a defender los derechos sagrados que nos han conferido tantos ciudadanos asentados allí, tantos años de presencia, tantos beneficios aportados a las poblaciones que necesitan nuestra ayuda y nuestra civilización. .
Pudimos comprobar que todo era verdad y, por ser verdad, no dudamos en pagar el impuesto de sangre, en sacrificar nuestra juventud, nuestras esperanzas. No lamentamos nada, pero mientras este estado de ánimo nos anima aquí, me dicen que en Roma se suceden conspiraciones y complots, que florece la traición y que muchos, vacilantes, perturbados, prestan oídos complacientes a las peores tentaciones del abandono y vilipendiar nuestra acción…………
Por favor, tranquilíceme lo más rápido posible y dígame que nuestros conciudadanos nos comprenden, nos apoyan y nos potegen como nosotros mismos protegemos la grandeza del Imperio.
Si fuera de otra manera, si dejáramos en vano nuestros huesos blanqueados sobre las huellas del desierto, entonces ¡cuidemos de la ira de las Legiones!

LAUS SPANIAE (Loa a España)
Perteneciente a la Historia Gotorum
San Isidoro de Sevilla (siglo VI-VII)
De todas las tierras que hay desde el poniente hasta la India eres la más bella, oh, Hispania, sagrada y siempre feliz madre de príncipes y de pueblos. Con razón tú ahora eres de todas las provincias reina, de la que no solo el Occidente sino también el Oriente toma prestada tu luz. Tú, belleza y ornato del orbe, la más ilustre porción de la tierra, en la que la gloriosa fecundidad del pueblo godo disfruta mucho y abundantemente florece. Merecidamente la naturaleza, muy bondadosa, te ha enriquecido con abundancia de todos los seres vivos. Tú, abundante en aceitunas, caudalosa en uvas, fértil en mieses; te vistes de campos de cereales, te envuelves en la sombra de los olivos, te adornas con viñas. Tú, floreciente en tus campos, en tus montes frondosa, llena de peces en tus costas. A ti, situada en la región más agradable del mundo, ni te quema el ardor del veraniego sol ni te consume el frío glacial, sino que, rodeada por una zona templada del cielo, te nutren favorables céfiros. Pues todo lo que hay de fecundo en los campos, todo lo que hay de precioso en las minas, todo lo que hay de bello y útil en los animales tú lo produces. No tienes que ser pospuesta a aquellos ríos a los que hace famosos la ilustre fama de sus impresionantes rebaños. El Alfeo es inferior a ti en caballos, el Clitumno en vacadas, aunque el sagrado Alfeo ejercite por el campo de Pisa a las aladas cuadrigas para conseguir las palmas olímpicas y el Clitumno hace tiempo inmolara grandes novillos como víctimas capitolinas. Tú ni deseas, muy rica en pastos, los sotos de Etruria ni admiras, repleta de palmas, los bosques del Molorco ni por la carrera de tus caballos envidias a los carros de la Élide. Tú, rica en rebosantes ríos; tú, dorada por tus torrentes aurífluos. Tú tienes la fuente de la raza equina. Tú tienes vellones teñidos con púrpura indígena que brillan como la púrpura de Tiro. Tú tienes la piedra reluciente en la oscuridad del interior de los montes, que se ilumina con un brillo cercano al del vecino sol. Así pues, rica en pupilos, en piedras preciosas y en púrpura, igualmente fértil en gobernantes y en méritos del imperio, eres tan rica en adornar príncipes como feliz en engendrarlos. Así con razón ya hace tiempo que la dorada Roma, cabeza de los pueblos, te deseó y a pesar de que la misma virtud romúlea, primero vencedora, te desposó con sí misma, sin embargo, finalmente el floreciente pueblo de los godos, después de numerosas victorias en el orbe, con empeño te raptó y te amó, y hasta hoy disfruta de ti entre regias ínfulas y abundantes riquezas seguro de la prosperidad de su imperio.

Españoles ilustres: Séneca
CARTA A SU MADRE
Era un filósofo, escritor, orador y político hispanorromano natural de Córdoba´, de donde era oriunda su familia, que vivió en el siglo I d.C. y murió suicidándose tras haber sido condenado a muerte por su alumno Nerón. Fue muy famoso en su época y su obra muy estudiada desde la edad media a nuestros días. Por su condición de estoico, sostenía que todos los hombres eran iguales y exigía buen trato para todos ellos. Como escritor cultivó ,especialmente, el género epistolar y como muestra presentamos el resumen de una de las mas apreciadas cartas de consolación a su madre Hevia:
«Muchas veces, oh madre excelente, he sentido impulsos para consolarte, y muchas veces también me he contenido. Sabía que no se deben combatir de frente los dolores en la violencia de su primer arrebato, porque el consuelo solo hubiese conseguido irritarlo y aumentarlo; así como en todas las enfermedades nada hay tan pernicioso como un remedio prematuro. Esperaba, pues, que tu dolor agotase sus fuerzas por sí mismo, y que, preparado por la dilación para soportar el medicamento, permitiese tocar y cuidar la herida.»
«Así, pues, lejos de trabar combate bruscamente con él, quiero ante todo defenderle y alimentarle: despertaré todas sus causas y abriré de nuevo todas las heridas. Se dirá: 'Extraña manera de consolar, la de recordar las penas olvidadas; colocar el corazón en presencia de todas sus amarguras, cuando apenas puede soportar una sola'. Pero reflexiónese qué males bastante peligrosos para aumentar a pesar de los remedios se curan con los medicamentos contrarios. Voy, pues, a rodear tu dolor de todos sus lutos, de todo su lúgubre aparato; esto no será aplicar calmantes, sino el hierro y el fuego. La asiduidad del infortunio tiene algo bueno, y es que, atormentando sin descanso, concluye por endurecer. La fortuna no te dio ni un solo día sobre el que no hiciese pesar la desgracia, ni siquiera exceptuó el de tu nacimiento.»
«Todos hemos nacido para la felicidad, si no salimos de nuestra condición. La naturaleza ha querido que para vivir felices no se necesite grande aparato: cada cual puede labrarse su dicha. Las cosas adventicias tienen poco peso, y no pueden obrar con fuerza en ningún sentido: la prosperidad no eleva al sabio, ni la adversidad puede abatirle, porque ha trabajado sin cesar en aglomerar cuanto ha podido dentro de sí mismo y en buscar en su interior toda su alegría.»
«Podrán contestarme: procedimiento artificioso es el de separar desgracias que en singular pueden soportarse, y no pueden serlo reunidas. El cambio de lugar es tolerable, si efectivamente solo se cambia de lugar: la pobreza es tolerable si no lleva consigo la ignominia, que es la que puede abatir el ánimo. Si se pretende asustarme con la multitud de males, contestaré con estas palabras: Si tienes bastante fuerza en ti mismo para rechazar un ataque de la fortuna, debes tenerla también para rechazarlos todos: una vez que la virtud ha endurecido el ánimo, le hace invulnerable por todos lados.»
«Así pues, madre querida, como en lo que a mí toca, nada hay que deba hacerte derramar eternas lágrimas, resulta que solamente tus propios sentimientos te hacen llorar. Estos pueden reducirse a dos: porque te afliges, bien porque crees haber perdido un apoyo, o porque no puedes soportar el dolor de su ausencia.»
«Ningún sentimiento se deja dominar, y especialmente el que nace del dolor; porque este es enérgico y rebelde a todo remedio. Algunas veces queremos contener y ahogar nuestros suspiros, pero por nuestro rostro compuesto y fingido se ve correr el llanto. Algunas veces ocupamos nuestro ánimo en los juegos y combates del circo, pero en medio de estos mismos espectáculos que deberían distraerle, se siente abatido por oculta tristeza. Mejor es, pues, vencer el dolor que engañarle; porque distraído por los placeres, rechazado por las ocupaciones, despierta muy pronto después de acumular en el reposo fuerzas para desencadenarse; pero el que obedece a la razón se asegura perpetua tranquilidad. No te indicaré los medios que han usado muchos, tales como buscar el alejamiento en la duración de un viaje, o distracción en sus atractivos; emplear mucho tiempo en el examen de cuentas y administración de tu patrimonio; en fin, que te ocupes sin cesar en asuntos nuevos: todas estas cosas solamente sirven por breves momentos, no siendo remedios, sino aplazamientos al dolor: por mi parte, prefiero poner término a la aflicción, que engañarla».

ESPAÑOLES ILUSTRES: José ORTEGA y GASSET
ARTICULO: Democracia morbosa
Las cosas buenas que por el mundo acontecen obtienen en España sólo un pálido reflejo. En cambio, las malas repercuten con increíble eficacia y adquieren entre nosotros mayor intensidad que en parte alguna.
En los últimos tiempos ha padecido Europa un grave descenso de la cortesía, y coetáneamente hemos llegado en España al imperio indiviso de la descortesía. Nuestra raza valetudinaria se siente
halagada cuando alguien la invita a adoptar una postura plebeya, de la misma suerte que el cuerpo
enfermo agradece que se le permita tenderse a su sabor. El plebeyismo, triunfante en todo el mundo, tiraniza en España. Y como toda tiranía es insufrible, conviene que vayamos preparando la revolución contra el plebeyismo, el más insufrible de los tiranos.
Tenemos que agradecer el adviento de tan enojosa monarquía al triunfo de la democracia. Al amparo de esta noble idea se ha deslizado en la conciencia pública la perversa afirmación de todo lo bajo y ruin.
¡Cuántas veces acontece esto! La bondad de una cosa arrebata a los hombres y, puestos a su servicio, olvidan fácilmente que hay otras muchas cosas buenas con quienes es forzoso compaginar aquélla, so pena de convertirla en una cosa pésima y funesta. La democracia, como democracia, es decir, estricta y exclusivamente como norma del derecho político, parece una cosa óptima. Pero la democracia exasperada y fuera de sí, la democracia en religión o en arte, la democracia en el pensamiento y en el gesto, la democracia en el corazón y en la costumbre, es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad. Cuanto más reducida sea la esfera de acción propia a una idea, más perturbadora será su influencia, si se pretende proyectarla sobre la totalidad de la vida. Imagínese lo que sería un vegetariano en frenesí que aspire a mirar el mundo desde lo alto de su vegetarianismo culinario: en arte censuraría cuanto no fuese el paisaje hortelano; en economía nacional sería eminentemente agrícola; en religión no admitiría sino las arcaicas divinidades cereales; en indumentaria, sólo vacilaría entre el cáñamo, el lino y el esparto, y como filósofo, se obstinaría en propagar una botánica trascendental. Pues no parece menos absurdo el hombre que, como tantos hoy, se llega a nosotros y nos dice: ¡Yo, ante todo, soy demócrata!
En tales ocasiones suelo recordar el cuento de aquel monaguillo que no sabía su papel, y a cuanto decía el oficiante, según la liturgia, respondía: "¡Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento!" Hasta que, harto de la insistencia, el sacerdote se volvió y le dijo: "¡Hijo mío, eso es muy bueno; pero no viene al caso!"
No es lícito ser ante todo demócrata, porque el plano a que la idea democrática se refiere no es un
primer plano, no es un "ante todo". La política es un orden instrumental y adjetivo de la vida, una de las muchas cosas que necesitamos atender y perfeccionar para que nuestra vida personal sufra menos fracasos y logre más fácil expansión. Podrá la política, en algún momento agudo, significar la brecha donde debemos movilizar nuestras mejores energías, a fin de conquistar o asegurar un vital aumento; pero nunca puede ser normal esa situación. Es uno de los puntos en que más resueltamente urge corregir al siglo XIX. Ha padecido éste una grave perversión en el instinto ordenador de la perspectiva, que le condujo a situar en el plano último y definitivo de su preocupación lo que por naturaleza sólo penúltimo y previo puede ser. La perfección de la técnica es la perfección de los medios externos que favorecen la vitalidad. Nada más discreto, pues, que ocuparse de las mejores técnicas. Pero hacer de ello la empresa decisiva de nuestra existencia, dedicarle los más delicados y constantes esfuerzos nuestros, es evidentemente una aberración. Lo propio acontece con la política que intenta la articulación de la sociedad, como la técnica de la naturaleza, a fin de que quede al individuo un margen cada vez más amplio donde dilatar su poder personal.
Como la democracia es una pura forma jurídica, incapaz de proporcionarnos orientación alguna para todas aquellas funciones vitales que no son derecho público, es decir, para casi toda nuestra vida, al hacer de ella principio integral de la existencia se engendran las mayores extravagancias. Por lo pronto, la contradicción del sentimiento mismo que motivó la democracia. Nace ésta como noble deseo de salvar a la plebe de su baja condición. Pues bien: el demócrata ha acabado por simpatizar con la plebe, precisamente en cuanto plebe, con sus costumbres, con sus maneras, con su giro intelectual. La forma extrema de esto puede hallarse en el credo socialista —¡porque se trata, naturalmente, de un credo religioso!—, donde hay un artículo que declara la cabeza del proletario única apta para la verdadera ciencia y la debida moral. En el orden de los hábitos, puedo decir que mi vida ha coincidido con el proceso de conquista de las clases superiores por los modales chulescos. Lo cual indica que no ha elegido uno la mejor época para nacer. Porque antes de entregarse los círculos selectos a los ademanes y léxico del Avapiés, claro es que ha adoptado más profundas y graves características de la plebe. Toda interpretación soi-disant democrática de un orden vital que no sea el derecho público es fatalmente plebeyismo. En el triunfo del movimiento democrático contra la legislación de privilegios, la constitución de castas, etcétera, ha intervenido no poco esta perversión moral que llamo plebeyismo; pero más fuerte que ella ha sido el noble motivo de romper la desigualdad jurídica. En el antiguo régimen son los derechos quienes hacen desiguales a los hombres, prejuzgando su situación antes que nazcan. Con razón hemos negado a esos derechos el título de derechos y dando a la palabra un sentido peyorativo los llamamos privilegios. El nervio saludable de la democracia es, pues, la nivelación de privilegios, no propiamente de derechos. Nótese que los "derechos del hombre" tienen un contenido negativo, son la barbacana que la nueva organización social, más rigurosamente jurídica que las anteriores, presenta a la posible reviviscencia del privilegio1. A los "derechos del hombre" ya conocidos y conquistados habrá de acumular otros y otros hasta que. Este carácter negativo, defensivo, polémico de los derechos del hombre aparece bien claro cuando se asiste a su germinación en la revolución inglesa.
desaparezcan los últimos restos de mitología política. Porque los privilegios que, como digo, no son derechos, consisten en perduraciones residuales de tabúes religiosos.
Sin embargo, no acertamos a prever que los futuros "derechos del hombre", cuya invención y triunfo ponemos en manos de las próximas generaciones, tengan un vasto alcance y modifiquen la faz de la sociedad tanto como los ya logrados o en vías de lograrse. De modo que si hay empeño en reducir el significado de la democracia a esta obra niveladora de privilegios, puede decirse que han pasado sus horas gloriosas.
Si, en efecto, la organización jurídica de la sociedad se quedara en ese estadio negativo y polémico, meramente destructor de la organización "religiosa" de la sociedad; si no mira el hombre su obra de democracia tan sólo como el primer esfuerzo de la justicia, aquel en que abrimos un ancho margen de equidad, dentro del cual crear una nueva estructura social justa —que sea justa, pero que sea estructura—, los temperamentos de delicada moralidad maldecirán la democracia y volverán sus corazones al pretérito, organizado, es cierto, por la superstición; mas, al fin y al cabo, organizado. Vivir es esencialmente, y antes que toda otra cosa, estructura: una pésima estructura es mejor que ninguna. Y si antes decía que no es lícito ser "ante todo" demócrata, añado ahora que tampoco es lícito ser "sólo" demócrata. El amigo de la justicia no puede detenerse en la nivelación de privilegios, en
asegurar igualdad de derechos para lo que en todos los hombres hay de igualdad. Siente la misma urgencia por legislar, por legitimar lo que hay de desigualdad entre los hombres. Aquí tenemos el criterio para discernir dónde el sentimiento democrático degenera en plebeyismo. Quien se irrita al ver tratados desigualmente a los iguales, pero no se inmuta al ver tratados igualmente a los desiguales, no es demócrata, es plebeyo. La época en que la democracia era un sentimiento saludable y de impulso ascendente, pasó. Lo que hoy se llama democracia es una degeneración de los corazones.
A Nietzsche debemos el descubrimiento del mecanismo que funciona en la conciencia pública
degenerada: le llamó ressentiment. Cuando un hombre se siente a sí mismo inferior por carecer de
ciertas calidades —inteligencia o valor o elegancia— procura indirectamente afirmarse ante su propia vista negando la excelencia de esas cualidades. Como ha indicado finalmente un glosador de Nietzsche, no se trata del caso de la zorra y las uvas. La zorra sigue estimando como lo mejor la madurez en el fruto, y se contenta con negar esa estimable condición a las uvas demasiado altas. El "resentido" va más allá: odia la madurez y prefiere lo agraz. Es la total inversión de los valores: lo superior, precisamente por serlo, padece una capitis diminutio, y en su lugar triunfa lo inferior. El hombre del pueblo suele o solía tener una sana capacidad admirativa. Cuando veía pasar una duquesa, en su carroza se extasiaba, y le era grato cavar la tierra de un planeta donde se ven, por veces, tan lindos espectáculos transeúntes. Admira y goza el lujo, la prestancia, la belleza, como admiramos los oros y los rubíes con que solemniza su ocaso el Sol moribundo. ¿Quién es capaz de
Así el "derecho económico del hombre" por el cual combaten los partidos obreros.
envidiar el áureo lujo del atardecer? El hombre del pueblo no se despreciaba a sí mismo: se sabía
distinto y menor que la clase noble; pero no mordía su pecho el venenoso "resentimiento". En los
comienzos de la Revolución francesa una carbonera decía a una marquesa: "Señora, ahora las
cosas van a andar al revés: yo iré en silla de manos y la señora llevará al carbón." Un abogadete
"resentido" de los que hostigaban al pueblo hacia la revolución, hubiera corregido: "No,
ciudadana: ahora vamos a ser todos carboneros."
Vivimos rodeados de gentes que no se estiman a sí mismas, y casi siempre con razón. Quisieran los
tales que a toda prisa fuese decretada la igualdad entre los hombres; la igualdad ante la ley no les
basta: ambicionan la declaración de que todos los hombres somos iguales en talento, sensibilidad,
delicadeza y altura cordial. Cada día que tarde en realizarse esta irrealizable nivelación es una
cruel jornada para esas criaturas "resentidas", que se saben fatalmente condenadas a formar la
plebe moral e intelectual de nuestra especie. Cuando se quedan solas les llegan del propio corazón
bocanadas de desdén para sí mismas. Es inútil que por medio de astucias inferiores consigan hacer
papeles vistosos en la sociedad. El aparente triunfo social envenena más su interior, revelándoles
el desequilibrio inestable de su vida, a toda hora amenazada de un justiciero derrumbamiento.
Aparecen ante sus propios ojos como falsificadores de sí mismos, como monederos falsos de
trágica especie, donde la moneda defraudada es la persona misma defraudadora.
Este estado de espíritu, empapado de ácidos corrosivos, se manifiesta tanto más en aquellos
oficios donde la ficción de las cualidades ausentes es menos posible. ¿Hay nada tan triste como un
escritor, un profesor o un político sin talento, sin finura sensitiva, mordidos por el íntimo fracaso, a
cuanto cruza ante ellos irradiando perfección y sana estima de sí mismo?
Periodistas, profesores y políticos sin talento componen, por tal razón, el Estado Mayor de la
envidia, que, como dice Quevedo, va tan flaca y amarilla porque muerde y no come. Lo que hoy
llamamos "opinión pública" y "democracia" no es en grande parte sino la purulenta secreción de
esas almas rencorosas.
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